estaba fresco el verano

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martes, 1 de noviembre de 2016

EL MESSI CALVINISTA, EL INTERPRETE DE LA LEZIONE AMERICANA (Textos sobre fùtbol)

Omar Hefling


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Si veinticinco años atrás nos hubiesen propuesto imaginar como sería el fútbol de hoy no hubiésemos podido ni sospechar la irrupción de una idea de juego como la que despliega el Barcelona, y menos dentro de esa dinámica de equipo la presencia de un jugador extraordinario como Lionel Messi.  Después de Diego Maradona nuestra argentinidad futbolera tenía un límite de magia. Tampoco, ni en delirios se nos hubiese ocurrido que quién desafiara su trono fuera también un jugador argentino.
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Un poco más de un cuarto de siglo atrás, para un desafío profético fue convocado por la Universidad de Harvard, el escritor italiano  Italo Calvino. Le fue propuesto escribir para luego dictar, seis conferencias en torno a los rasgos que según él debería poseer la literatura del siglo XXI. Calvino se murió y no pudo dictar sus conferencias que tituló “Seis propuestas para el próximo milenio”. Muerto Calvino se editó un delicioso libro con ese nombre, libro que venía con una mezquina sorpresa, las conferencias que había dejado Calvino escritas no eran seis si no cinco en este orden: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad. La sexta no llegó a escribirla, pero el título que le dio y los garabatos que insinuó huelen a una buena dosis de humor negro si se trata de la vida de un escritor: la consistencia. A esa última conferencia la pensó pero no llegó a escribirla porque antes lo llamó la muerte a dar su propia conferencia de prensa.
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Releyendo el libro de Calvino pensé que esos seis epígrafes sobre los rasgos que debería tener la literatura del siglo xxi bien podrían extrapolarse a las cachetadas y con impunidad especulativa, caprichosamente con la obra que viene gestando Lionel Messi cada tres, cuatro días, a veces siete días ante multitudes delirantes. Que lo que imaginó Calvino para la literatura no se materializó en ella, sino en otro arte, el arte de jugar al fútbol, y que lo que Calvino pensó para las letras lo escribe y representa según sus especulaciones, un jugador de fútbol argentino llamado Lionel Messi.
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En el texto sobre la levedad, ante la pesadez de la escritura tradicional y sus convenciones Calvino reivindica la suspensión atómica de la naturaleza. Se distancia del mundo sin perderlo de vista. Especula que la escritura es en el libro lo que el byte en la pantalla, abisma  lúcidamente esa transformación. La escritura deberá tener la ligereza del vuelo de los pájaros. Y Lionel Messi efectivamente, arrancó el juego del fútbol de la pesadez para ponerla en esa levedad de la suspensión atómica, siempre a ras de suelo sus aleteos pajarísticos escriben con sus botines la mejor literatura del siglo veintiuno. Calvino sostiene que la literatura del siglo veintiuno deberá huir de su función existencial hacia la levedad para contrarrestar el peso de vivir. Que solo lo liviano rápido y sutil aliviará la angustia de ser parte de este mundo. Que la levedad es un valor y no un defecto. En ese sentido es Messi el escritor que mejor representa ese mundo lejano que imaginaba Calvino.
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En la rapidez Calvino parece darle un pase a lo Iniesta a Messi al señalar y dejar claro que en la velocidad cibernética que se viene y él intuye (escribió esto en  1985) Calvino no va a salir a marcar la cancha resaltando los valores de la lentitud.  Avizoró el futuro parando la pelota sobre el área de sus sesos, muy al tanto que el cerebro es rápido y más aún si se le induce una chispa a la inteligencia. En definitiva Calvino proféticamente se anticipó a una idea que arrea en estos tiempos a los cibernautas, que suelen confundir rapidez con precipitación. El pensamiento de Calvino nos advierte que solo se puede ser rápido si se es preciso. Me juego la vida que Messi jamás leyó a Calvino, es más que no tiene la más remota idea de quién es Italo Calvino, y que si alguien le pregunta si sabe quién es, Messi arriesgue para no quedar encarcelados en sus silencios indescifrables, que le parece que es un mediocampista de la Sampdoria que alguna vez le supo pedir la camiseta. Pero con lo que profetizó Calvino Messi revolucionó el fútbol, porque Messi no es más rápido que nadie, entre tantos que hubo, sino que en la velocidad es preciso, una precisión casi indetectable para los ojos del espectador que lo ve en el estadio, que advierte ese detalle cuando vuelve a ver la repetición de los goles en la televisión y a veces en la morosa detención del tiempo, en esa irrealidad que es la acción en cámara lenta.
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Calvino sostiene en el texto sobre la exactitud, que en los textos breves se encuentran los grandes destellos de la imaginación. Y en el fútbol actual Messi es un genial escritor de cuentos breves. Construye durante noventa minutos una serie de episodios breves asombrosos. En este capítulo Calvino lo hace jugar a Jorge Luis Borges. Calvino admiraba de Borges su lenguaje de absoluta precisión y exactitud “en la variedad de los ritmos, del movimiento sintáctico, de los adjetivos siempre inesperados y sorprendentes”, de este modo bien podríamos relacionar a Messi con esa escritura de Borges que admira Calvino. Las intervenciones breves con consecuencias inesperadas y sorprendentes. A diferencia de Messi y su escritura breve, Maradona parece un poeta empecinado en escribir una novela que nunca termina de escribirse. También en la exactitud Calvino se perfila realmente como un profeta al anunciar sin que nadie logre descifrar en qué momento desencadenará el nacimiento en el nuevo milenio de esa idea, al lanzar un centro perfecto dirigido al área defensiva de la creencia popular que en materia de exactitud no difiere de las creencias de los científicos. Calvino nos sugiere que la exactitud no es hallar la palabra exacta, la exactitud es la búsqueda en la imaginación de las combinatorias de un orden preciso, Calvino murió sin siquiera sospechar que hoy aquello que elucubró de algún modo funciona fuera de la literatura, que ese concepto ha operado con eficacia en el universo de la publicidad y del marketing donde la imaginación se somete o armoniza al orden preciso del mensaje. No sabemos cómo Messi sin leer a Calvino, sin sospechar quien era se encontró con la idea madre de la exactitud de Calvino. Tal vez en un baldío en la ciudad de Rosario, o luego en la Masía, o en Barcelona en donde bien podemos suponer que comenzó a intuir una imagen que nunca vio y que tal vez solo configuró a través de los recursos estilísticos de un relator de radio. En el campo popular la imaginación elabora combinatorias  hasta alcanzar ese orden, la imaginación nos empuja a una serie de hechos precisos, es la imaginación que en medio de las ideas erróneas de las creencias populares pudo haber investido a Lionel, en el escritor de las combinatorias de su lenguaje, en el arte y la sensibilidad con la pelota, esa implosión colectiva que cualquier lenguaje o idea necesita para fundirse en una sola cosa.
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En la visibilidad Calvino tiene la certeza de que el hombre del siglo veintiuno se comunicará a través de las imágenes, que las imágenes determinarán todo lo que existe. Dirá que el escritor deberá soslayar las regiones oscuras de su mente para convertirse en una especie de editor de su propia memoria. El escritor deberá abandonar el paraíso de la representación para hacerse visible en el imaginario de los lectores. Y es aquí donde Diego Maradona y Lionel Messi se separan, se diferencian como los dos máximos exponentes de épocas distintas. Maradona el mago con la pelota cautivó al planeta porque en su magia y habilidades millones de sus devotos vieron sus deseos de gambetear mucho más que a sus rivales para conseguir una victoria. Lo que transmitía su cuerpo era mucho más que habilidades. En cambio Lionel Messi es como imaginó Calvino solo visible en sus acciones en el campo de juego, no representa nada más que las imágenes que el espectador-lector edita, es el espectáculo pero fuera del campo es un hombre invisible como bien señaló el poeta Fabián Casas,  no representa absolutamente nada. Es el engranaje perfecto que necesita y exige el gran y oscuro negocio del deporte a escala planetaria dentro de la volatilidad corrosiva que ha alcanzado actualmente el capitalismo. Salvo su idea colectiva del juego.

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En la multiplicidad Italo Calvino nos invita a olvidar las ideas enciclopédicas del conocimiento. Invita a los escritores del porvenir a intentar un lenguaje sin barreras, a buscar en la escritura el libro que abarque todos los libros, una parábola que contenga todas las dimensiones, una idea también borgeana. En este punto nos aproxima también a una idea spinoziana al deslizar que la totalidad solo es concebible como potencia. Messi no será el Aleph pero le anda cerca. Calvino se propuso para escribir estos textos un diálogo con sus autores preferidos y sus obras, y si volvemos nuestra mirada hacia el mundo del fútbol es Lionel Messi el que mejor sintetiza en su juego la influencia de otras poéticas apenas insinuadas en esa decena de jugadores grandiosos que han escrito la historia universal del fútbol.
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 En definitiva el acierto de las profecías calvinistas siguió el trayecto de casi toda acción profética, acertar pero lejos del sitio hacia donde el profeta dirigió la mira. Es más o menos lo mismo como apuntarle al cura y pegarle al campanario.

miércoles, 26 de octubre de 2016

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (Textos sobre fútbol)

Por Omar Hefling


El Libro de los Récords y de acontecimientos insólitos del profesor Oliverio Ochava, periodista y antropólogo en el ámbito deportivo de la Provincia de Córdoba, refiere este caso, que tronchara la brillante trayectoria de Pedro "Pancuca" Martinetti, temible goleador de la Liga Canalense de Fútbol. Bajo el título "Artillero del Club Atlético Canalense convierte un gol en su contra mientras shoteaba  un corner en favor de su divisa" se cuentan los pormenores de aquella tragedia. Según el Profesor Ochava el encuentro se desarrollaba en la cancha del Canalense, donde el equipo local enfrentaba a uno de los equipos más débiles de la liga. Veinte minutos antes del final se desató una tormenta de granizo, agua y viento, viento que con inusitada intensidad corría de norte a sur  favoreciendo a los dueños de casa. Con la parcialidad enardecida  tal vez por la granizada más que  por las acciones del juego, como se relata en el libro, y el empuje de las ráfagas de la ventisca que alcanzaban los cien kilómetros horarios, el humilde equipo visitante literalmente se había colgado del travesaño. A dos minutos del final el empate dejaba al local fuera de la lucha por el título; fue ahí  que el árbitro marcó un tiro de esquina desatando la ovación anticipada por el gol de la victoria que acabaría siendo el gol de la derrota. Con la felicidad de un niño Martinetti corrió hacia el banderín para ejecutarlo, en las mismas circunstancias había conseguido dos estupendos goles olímpicos. Como en las dos ocasiones anteriores, luchando con las ráfagas de viento que casi le impedían moverse, apuntó hacia su arco para que la pelota se elevara y luego cayera como un rayo sobre el arco contrario. Martinetti, un ropero de casi un metro noventa  y botines número cuarenta y ocho, era temible  por la fuerza de sus disparos; para su desgracia en el instante mismo de pegarle a la pelota, con todo su equipo en el área rival incluido el arquero, tal vez cumpliendo el mandato de un embrujo, el viento se detuvo. El balón cayó cerca de las dieciocho, dio un par de piques sobre los charcos y entró mansamente en su propio arco ante el estupor generalizado. Martinetti sin dudar saltó el alambrado y comenzó a correr a campo abierto. Según narra la crónica de Ochava nunca más se supo de él.

miércoles, 19 de octubre de 2016

PEPEU (Textos sobre fútbol)

 por Omar Hefling

Ahí supe Negro, lo que es el peso de la camiseta. No me lo voy a olvidar en la reputísima vida. Hace dos años ya y a ese negro remalparido de Pepeu no me lo puedo sacar de la cabeza. Con decirte que más de una vez he vuelto a soñar esa jugada. Fijate como opera el inconsciente en un crack, puede llegar a destruirte si no tenés resto anímico. Ese campeonato fue una gesta heroica del futbol rioplatense que pasó inadvertida para la prensa. En el verano hasta la prensa deportiva anda detrás del chisme barato, detrás de las putitas de la televisión, dejame de joder. En principio nosotros nos anotamos en ese campeonato que organizaban ahí por boludear, digamos. Fue así Negro, te lo juro, después fuimos tomando conciencia. Por esa impronta que tenemos los argentinos de agarrar todo para la cagada. Se jugaba en cancha chica, chica pero no tan chica, para siete jugadores. Yo no estaba como ahora, hecho un chochán, estaba en mi peso ideal y vos bien sabés lo que yo rindo en esas condiciones. Éramos cuatro argentinos y tres uruguayos éramos. Tres cordobeses, el Turco el sorete ese amigo tuyo que vende merca en el kiosco a la vuelta de la cancha de Belgrano, un pibe de Iponá que conocimos allá que vendía aritos y otras pelotudeces, y yo, y el otro era un porteño. Un guaso que la gastaba en todo sentido, humana y futbolísticamente hablando. Creer o reventar, hay que admitir que existen porteños pulentas. Los uruguayos unos señoritos, unos edecanes de la camaradería de la vida y del deporte. Éramos un equipo equilibrado, sólido, compacto en todas las líneas, sin muchos lujos y eso sí, metíamos que daba miedo. Uno de los yoruguas, el más pendejo, atajaba, Whashinton me acuerdo que se llamaba, un arquerazo, una muralla la basura. Otro de los uruguayos, un morochón grandote jugaba en la defensa con el Turco. De la manera que se complementaban, cruces, relevos y todos los chiches, parecía que los hijos de puta habían jugado toda la vida juntos. Esa química que por ahí se da en el futbol. En el medio yo en mi puesto, como un cinco bien clásico digamos, nada que ver con ese maricón de Redondo, por favor Negro, no me comparés, y un poco más adelantado, de enganche el uruguayo, un petiso tipo la rana Valencia pero más morrudo que la movía bastante bastante bien, con decirte que hasta algunos lujos se permitía. Adelante, el pibe de Iponá, el Twingo como le puso el Turco porque es fiero desde la nariz hasta el culo; un punta con mucha dinámica, muy veloz la basura esa junto al porteño, un gringo lomudo tipo Morete para darte una idea. Buen cabeceador, oportuno, con olfato, siempre ahí, pum y a cobrar. Como te decía Negro, una formación humilde, batalladora que se ensambló de puro ocote porque vos viste en la circunstancia que se dio todo, no había para elegir. Ahí el técnico se tiene que conformar con lo que tiene. Yo cumplía las dos funciones, técnico y capitán, simultáneamente, imaginate la responsabilidad. El torneo era por eliminación directa, perdías y a la concha de la lora. Ganamos cinco partidos y nos metimos en la final. Nosotros que éramos el único equipo extranjero, un golpe duro para los brasucas. Imaginate no era una cosa que a ellos les había caído muy bien pero en honor a la verdad los cosos se la bancaron como duques, hasta los referí, mirá lo que te digo. El primer partido lo jugamos con un combinado que se llamaba “Tren Caiphira”. Sinceramente no me preguntés que mierda quiere decir eso. Los negros esos creo que eran todos músicos y estaban de la nuca. Meta casasha, tenían un pedo mortal, tenían. Seis a cero los empernamos. Con decirte que hasta yo hice dos goles, siendo que jugaba en la posición que jugaba, más retrasado, más volante tapón. El primero que hice fue una pepa espectacular, una de esas palomitas que te salen una sola vez en la vida. Al otro gol lo convierto cuando me proyecto por la derecha, el Twingo me ve y me habilita, ante mí tenía un defensor y el arquero nada más porque había sido un contragolpe mortífero; le amago hacia la izquierda y el defensa, el bostero ese pasa de largo sin saludarme y ahí nomás me sale el arquero a los saltos y a los gritos “Iemaniá...iemaniá”, imaginate Negro cual era el estado del guarda meta, y ¿ qué hago yo?, sombrerito papá, sombrerito suave con el empeine y a posteriori salgo corriendo hacia el banderín del corner y festejo a lo Batistuta. Te garantizo que en el silencio que se hizo se podía escuchar hasta el pedo de una mosca. Ponele la firma que si por una de esas casualidades andaba por ahí un caza talentos del Sao Paulo, hoy yo no estoy acá hablando pelotudeces con vos, ponele la firma Negro. En ese partido fui la figura de la cancha y por eso me hice merecedor a un coco. Ese era el trofeo que la daban a la figura y no es para que te cagués de risa. Date una idea, era un trofeo simbólico, un producto genuino de ellos. Esa es la diferencia entre ellos y nosotros, ellos son defensores de lo de ellos, mi viejo, no como nosotros que en un caso símil somos capaces de regalarles una muñeca Barbie. Así somos de boludos, a mí con ese gesto me dieron una verdadera lección y no me avergüenza reconocerlo.
Los otros días recibo una carta del uruguayo que jugaba en el medio conmigo, ¿te acordás de Pepeu? me dice, todavía se me caga de risa el culiado ése. ¡Cómo la mueven los brasucas, Negro! Todos, pero todos la hacen bosta. Nacen con esa virtud esos negros de mierda. Es ancestral, innato digamos, a ellos la pelota se les encariña, pareciera que la manejan con la mente como maneja las cosas el gordo puto ese de Lotito.

Al segundo partido lo ganamos tranqui. Dos a cero. La verdad, tuvimos bastante culo. Ese día nos salvó Morete, se llevó por delante dos veces a la pelota y en sendas ocasiones la mandó adentro. ¡Cómo se siente el peso de la camiseta cuando estás jugando en el exterior! No es moco e´ pavo, Negro. Estás representando al país, sos un embajador sin fueros, digamos. Yo les decía a los guasos en la charla técnica, no se manden ninguna cagada, seamos conscientes por el amor de dios, no quiero ningún escándalo. Nada de cagarse a trompadas, por favor muchachos, Artigas, Belgrano y todos nuestros próceres nos están mirando desde el cielo. Te digo que si antes de algún partido nos llegaban a poner el himno, hubiera hecho un papelón dalo por hecho que entraba a moquear. Sentís que en tus botines se juega la patria. Sentís que la camiseta te pesa más que el bronce de todas las estatuas de nuestros próceres juntas. La pelota te quema en los pies. Sentís que a cada jugada vas con el país sobre tus espaldas. Sentís la angustia del hincha, la voz del hincha que te grita ¡hijos de puta pierdan con cualquiera pero nunca con los brasucas porque si no les rompemos el orto! Negro, estás encarnando el mandato bíblico del hincha argentino. Hay que estar ahí, hay que estar ahí, no es joda, no cualquiera se banca eso. Para que tengas una somera idea, cuando ganamos el tercer partido, que lo ganamos de pedo de recontrapedo, las autoridades del evento nos ponen un tango de Gardel por los altoparlantes, ¡para qué!, ahí nos quebramos todos. Llorábamos como criaturas, con ese llanto entrecortado que te sale del corazón, del alma, de las tripas y siendo que a mí el tango no me va ni me viene. Vos bien sabés que a mí del cuarteto nadie me saca. Imaginate cómo estaba el porteño, parecía Andrea del Boca el mariconazo. Nosotros además no teníamos hinchada, estábamos solos, solos como perros. Ellos en cambio estaban con todo el aparato, bombos, banderas, batucadas, todo. ¡Cómo nos puteaban! Te juro que nunca me putearon tanto en una cancha. Los brasucas no nos quieren Negro, no nos quieren, esa es la verdad de la milanesa. Para ellos nosotros somos unos recontraremilparidos. Antes que a nosotros prefieren a los bolitas, a los nicaragüenses, los nigerianos, cualquiera. Por eso dudo que el Mercosur tenga futuro, acordate de lo que te dice un pelotudo. En el cuarto partido nos salieron todas. Cuatro a dos. Fhilos de Pelé se llamaba el equipo, ¡ má que Fhilos de Pelé ni la recalcada concha de la lora! Le metimos un cagadón que ni te cuento. Para mí ese partido era muy especial, era como empernarlos diciéndoles, ¡qué Pelé ni la reputísima madre que los parió, el Diego es el más grande!, entendés Negro por dónde venía la cosa. Mirá como habré estado de motivado que hasta un par de caños me tiré, pero esos caños caños y esto no es todo, hasta te digo que en una jugada me amontoné a tres. Parecíamos la Argentina del 86 y no estoy exagerando. Un relojito. Sinceramente yo tuve mucho que ver por el planteo que hice. Lo hice bajar un poco al pibe de Iponá, al Twingo, a volantear digamos y en la defensa jugamos con stoper, fue una audacia de mi parte, lo reconozco. Cuando íbamos tres a dos le digo a Morete, si hacés otro gol gritáselo como el Diego a la cámara como en el mundial del 90 para que se recaguen de odio. A los cinco minutos el porteño la empupa y sale corriendo para cumplir el mandato, pero ahí imaginate, no sólo no había una cámara de televisión, no había ni una Kodak fiesta no había, entonces qué hace Morete, se lo grita al megáfono del comisario deportivo. ¡Sabés Negro cómo se pusieron! Hasta ese entonces al equipo de Pepeu no lo habíamos visto jugar. Todo el mundo hablaba de ese negro reputo. Era la sensación del torneo. No te puedo mentir, esa era la verdad verdadera. El partido previo a la final fue infartante. Ganamos a puro güevo, tremendo brader. A los tres minutos ya perdíamos uno a cero. Se nos venía la noche, entonces, ¿qué hago yo?, apelo al factor sicológico. Los junto a todos y les grito: ¡Vamos manga de culiados, le rompamos el culo qué mierda! ¡Para qué! Nos transformamos, éramos una máquina, éramos. Terminamos el primer tiempo ganando tres a dos. Ni bien comienza el tiempo complementario nos empatan con un penal dudoso. Ahí nomás nos clavan el cuarto de tiro libre. ¡Cómo patean estos mal paridos, Negro! Faltando diez minutos íbamos perdiendo y entonces le grito, apelo al más habilidoso de los nuestros, al uruguayo...¡ Uruguayo travesti, poné güevo la puta que te remilparió! Si yo tengo una virtud dentro de la cancha, Negro, es esa, el impacto sicológico en el momento justo. En tres minutos, el yorugua, en dos jugadas se gambeteó hasta los cocodrilos del Amazonas. Primero hizo un golazo y luego se la sirvió al Twingo para que la empujara. ¡ No sabés cómo festejamos con los charrúas!  Aaargentii...Uuuruguaa...Les rompimos el orto, le rompimos. Nadie daba dos mangos por nosotros, pero ahí estábamos con la tradicional picardía criolla y la garra charrúa. El candombe, el tango y el cuarteto al unísono, como un solo sentimiento. ¡ Mamita querida te la debo estar ahí! Pero claro, la prensa argentina brilló por su ausencia cuando nosotros estábamos protagonizando una patriada grossa, imaginate la gloria del futbol nuestro estaba en juego, ponete a pensar la dimensión del asunto. No es joda brader, cuando vos jugás en el exterior estás defendiendo la gloria de todos nuestros ídolos. Antes de la final, en el precalentamiento los negros estaban nerviosos porque Pepeu no llegaba. Al fin llegó el repodrido ése. Atendé lo que te voy a decir, cuando lo ví haciendo jueguitos con la pelota, se me arrugó el ojete.¡ Qué habilidá...por Dios! Yo como un pelotudo me quedé mirándolo, con la boca abierta. Todas las hacía, todas, todas las hacía Negro. Era un negro con trencitas parecía el Bob Marley parecía, flaco el hijo de puta, ruina, una hilacha. Sabiendo que los brasucas son esencialmente cagones me dije a este lo cruzo fuerte un par de veces y chau Pepeu. Dicho y hecho. Lo levanté para la mierda en sendas ocasiones, tarjeta mediante y desapareció del partido. Viste que en esos encuentros de canchas chicas siempre hay muchos goles, faltando tres minutos íbamos cero a cero. Imaginate la paridad. En ese momento, justo en ese recontrareputo momento, de contragolpe se la dan a Pepeu. Quedábamos el arquero y yo, como último hombre. Le salgo, me encara, me hace un amague, instintivamente abro las piernas, me hace un caño el recontraculiado, luego lo enfrenta al arquero y lo desparrama. Yo que ya me había recuperado le salgo otra vez y sabés lo que me hace el mal parido, ¡ me tira otro caño!, me tira otro caño y no solo eso, me vuelve a esperar, amaga para acá amaga para allá y me deja culo al norte en el suelo, no conforme con eso el roñoso ése me espera otra vez casi al borde de la línea de gol y ahí, imaginate Negro, me sale todo el odio del mundo y me le tiro para descuartizarlo y el recontraremilputo sabés que hace, Negro, ¡ salta, salta como una putita! y mientras yo me reventaba contra el poste lo veo a Pepeu que la pisa del otro lado de la línea, acto seguido se da vuelta y podés creer ni siquiera grita el gol y lo peor de todo, lo que más me dolió fue que el mal nacido no le dio importancia a su conquista ni a la victoria ni a la gloria y se viene a socorrerme y me limpia con su camiseta la sangre que desde la frente me caía sobre el rostro.

sábado, 15 de octubre de 2016

ESE TAL BORGES (Textos sobre fútbol)

Omar Hefling


 Nadie hoy ya lo discute. Pero su nombre siempre fue una incomodidad. Siempre dicho, no a voz en cuello, sino entre dientes, su nombre, su apellido resuena siempre a discordancia. Habría que caminar por las cercanías de Saprissa tal vez para percibir que fue lo que Borges iniciaba allí, por qué ese destino, ese camino. Otros dicen que fue en el Colegio Saint Clare y su relación con el maestro Juancito Varela. Sin embargo allí nadie asegura nada que fuese Varela el germen de esa semilla. Algunos hasta niegan ese vínculo que el propio Borges nunca se encarga de traer a la luz. Su potencia está en lo alto, en los cielos  como suelen decir los comentaristas, nadie se atreve a invadir el espacio aéreo de ese tal Borges. A Fredrikstad llegó y se fue embarrado en polémicas estériles, y allí tampoco es fácil hallar un testimonio claro, el interrogado huye remiso, como temeroso, sin  mostrar su rostro, bajándolo incluso, nuca se sabrá si atemorizado o avergonzado. En Estocolmo, en AIK ese lugar que le negó la grandeza, la inmortalidad por qué no decirlo llegó para pisotear la gloria de Martín Kayongo-Mutumba. Pero recién fue en ese mismo país del frío, en Mjällby Aif que su apellido empezó a ser rumiado por la caterva de detractores. Andreas Alm jamás reconoció que fue por su culpa, que por su decisión el destino de Borges fue signado. Y fue en ese verano, en ese mismo año, también en Estocolmo que asumió retrasar su ambición y lejos de alejarlo de  la notoriedad, su nombre se agigantó. Allí dejó ocho conferencias para comprender su nueva poesía. Ya en España, su primera víctima fue el Rayo Vallecano, el Rayo lo padeció en su propia casa. Su gloria alcanza su pináculo, algunos meses más tarde, nada menos que en el Camp Nou cuando salva al conjunto coruñés de la tragedia del descenso. Hoy ya consagrado, Celso Borges disfruta del cariño de su pueblo, nadie, dicen, usará la casaca número 10 de la Selección de Costa Rica después de su retiro. “La maleta” como lo apodan sus amigos, el hijo de Alexandre Borges Guimaraes, austero, a veces lacónico, ha hecho que una pequeña república intrascendente sea hoy respetada.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

EL PESIMISTA DEL GOL (Textos sobre fútbol)

Por Omar Hefling

Si, soy Rogelio Roberto Rodriguez Raipani,  un delantero si se me permite, que vivió a la sombra de ese goleador que llamaban  el optimista del gol, Martín Palermo. Optimista del gol!! No tengo nada contra Martín, un caballero, siempre lo fue, me refiero a los voceros del estigma. Nunca escuché una idiotez tan grande como esta. Ahí están los profetas de la autoayuda buscando una frase oportuna en un charco de mierda. Quién le habrá dicho a estas cotorras que los goles dependen del optimismo. Decir semejante imbecilidad es afirmar que existen delanteros que no quieren hacer goles, es como pensar que  jugadores que se entrenan toda la vida para hacer goles, por culpa de un estado de ánimo se empecinan en errarlos. Hasta llegaron a definirme como un delantero apático. Me llegaron a asociar a la tristeza esta caterva de cucarachas alimentadas con tinta. Es cierto, a la cancha no entraba a sonreír ni a caer simpático, imponía o exageraba mis rasgos mapuches para asustar, si se me permite el término, a los centrales. Hay que tener en cuenta que en la actualidad los centrales del fútbol argentino ya no surgen de los más oscuras arrabales, de los suburbios, son niñas rubias que buscan la fama, nada más que eso. Es verdad que el delantero siente una satisfacción epicúrea con la concreción, un estado de felicidad físico e intelectual, pero no necesariamente debe entregarse a una actitud servil de mostrarse como un optimista, no tiene nada que ver, señor. Que yo sepa los entrenadores no te andan adoctrinando con manuales de inteligencia emocional. Tal vez molestaban algunos rituales de mi cultura,  mi gesto totémico para convocar a los pillanes en cada inicio de partido, sospecho que sumía en la ignorancia a estos mandriles y reaccionaban en consecuencia. Me crucificaron en la cancha de River cuando festejé un gol ensayando unos pasos de la danza de la puesta de huevos de los ñandúes y los periodistas salieron a decir que yo me burlaba haciendo la gallinita.  Pero vayamos al grano, con respecto a lo que usted me preguntaba, cargué sobre mis espaldas con la mochila del desmerecimiento. Salía a la cancha, no solo pensando en hacer goles que es al fin por  lo que a uno le pagan, sino también a vencer los murmullos de la tribuna cada vez que la fortuna no acompañaba mi esfuerzo y destreza. Siempre me quisieron asociar al nihilismo, el artillero nietzcheano llegaron a decir. El periodismo deportivo cada vez se parece más a una escuela del daño que a una función pedagógica, informativa. Yo siempre digo, hay ciertos entrenadores y centenares de periodistas que le han hecho mucho daño al fútbol argentino. Qué dirán de Messi estos pelotudos, la Pulga se cansa de hacer goles y siempre con cara de no importarle nada, de no demostrar ningún entusiasmo por hacer todos los goles que se le canta las pelotas. Uno de estos periodistas de mala leche, uno de estos hijos de puta a sueldo me estigmatizó con el apelativo del “pesimista del gol” y por poco no me caga la carrera. Yo jugué varios partidos en la primera división del fútbol argentino, también en la B, en la segunda división de España, en Armenia también, en Costa Rica y siempre hice goles. A cada club nuevo que llegaba culpa de este hijo de puta tenía que explicar que yo era un delantero que no -veía mal el hecho de hacer goles-, que era al fin por lo que los clubes me contrataban.
Es cierto Rodriguez Raipani, que usted no cree en el gol?
Es cierto Rodriguez que a usted no le causa ningún placer convertir?

 Me vi obligado a exigirme una tolerancia extrema para soportar ciento de preguntas como estas y más de una vez me contuve por no mandarlos a todos a la reputa madre que los parió. Las estadísticas me respaldan, en todos lados hice goles, goles de cabeza, con la izquierda, con la derecha, con el pecho, con las costillas, con las rodillas y hasta con el culo también hice goles. Yo fui ídolo en casi todos los clubes que jugué. Pero por culpa de ese hijo de puta siempre me vi obligado a explicar, a justificar en mi existencia que yo sí quería hacer goles, que yo había llegado a este mundo con la única misión de meter la pelota en el arco del equipo contrario. Por eso siempre le digo a los pendejos que recién empiezan nunca se sinceren ante un periodista, que no se saquen el casette, aunque sea aburrido, que mientan, que no digan la verdad porque si la dicen nunca faltará un periodista mal parido que te facture tu honestidad por un título en cualquier diario o revista de mierda. Es cierto que en todo esto, en esta sociedad consumista de la belleza no me favoreció mi aspecto, mi rostro sombrío, la mirada triste, esas cosas. La descendencia capaz, mi segundo apellido mapuche, mi cara de indio tal vez que da bien para extra en las películas pero nunca para héroe.

viernes, 16 de septiembre de 2016

LA TENTACIÓN DEL REFERÍ (Textos sobre fútbol)

 Omar Hefling


En el mundo del deporte acontecen innumerables hechos insólitos que por su complejidad, a menudo resultan incomprensibles para el común de la gente. En aquel entonces cuando era cronista deportivo del prestigioso diario El Imparcial, fui testigo de un acaecimiento inaudito y de ribetes absurdos  que creo no tiene antecedentes en el historial del futbol mundial.
En las ligas zonales son frecuentes los actos vandálicos y criminales, también todo tipo de ilícitos y sobornos.
Intentos de linchamientos de árbitros, arrestos del equipo visitante con cualquier vil pretexto, sobornos por cinco litros de vino, arteros ataques con onderas a los arqueros, hostigamientos criminales a los jueces de línea, envenenamiento a los equipos contrarios a través de refrescos y gaseosas. Dentro de ese particular contexto se produjo en la pujante localidad de Canals, un enfrentamiento sin precedentes en el memorial de los dos equipos de esta localidad. Los dos clubes que se profesaban una rivalidad ancestral, se habían consagrado finalistas, uno por cada zona, de la liga Canalense de Futbol que otrora supo darle al futbol grande, figuras como la del zaguero Luppo, un verdadero emperador del área que se destacara por varias temporadas en Ferro Carril Oeste cuando el once de Caballito era el equipo a vencer por los grandes. No me quiero olvidar de Enrique “Quique” Vidallé que defendió con gallardía la ciudadela que custodió nada menos que Antonio Roma y que hasta llegara a integrar nuestro seleccionado nacional.
Esto habla a las claras del nivel futbolístico de esta región lechera por excelencia. En ese tiempo, humildemente, siendo aún muy joven ya era considerado un periodista de prestigio. Mis análisis y comentarios eran motivo de debates en las mesas de café y más de un técnico llegó a replantear sus estrategias de juego cuando en mis conceptos evidenciaba sus errores. Como era mi costumbre, sin espíritu de zaherir a nadie, solo para azuzar mi instinto de raza con las sensaciones de las tensiones previas; antes del partido visité los vestuarios de los dos equipos: el Libertad y el Canalense.
Lo hice con los dos para no despertar susceptibilidades dado que cargaba con la tremenda responsabilidad de representar al Imparcial, un medio ético y moralmente riguroso.
En el vestuario del Club Atlético Canalense dialogué un momento, obviamente sobre cuestiones baladíes con el Rusito Zilkovsky, de quién era bastante amigo. Zilkovsky era un diez de una rara habilidad, un estratega, con la magia y la picardía del baldío que lamentablemente ya no he vuelto a ver. Sospecho que de no haber sido por una extraña adicción que padecía hacia el arte culinario de su madre, razón que le impidió alejarse de su casa materna ante las innumerables convocatorias de las que fue objeto por parte de los cinco grandes de la primera división; seguramente habría opacado la dimensión de un Bochini, por ejemplo.
En ese breve intercambio de opiniones percibí, por ese olfato que ya me caracterizaba, que el Rusito estaba en un día de gracia para desplegar sus genialidades. Zilkovsky, a pesar de su tartamudez, era un conversador ameno, entretenido e inteligente. Recuerdo que en una de esas tantas charlas de café discurrimos largamente sobre algunas cuestiones existenciales de los que antaño llamábamos hombres de negro y que hoy por una resolución desatinada de la FIFA, que obliga a los encargados de impartir justicia a utilizar casacas de coloridos payasescos; convierte a los árbitros en víctimas de la inspiración bastarda y mal intencionada de las hinchadas. Motivo también de la pérdida indeclinable de autoridad ante los jugadores.
A ambos nos había interesado especialmente un aspecto espinoso, pero no por eso, menos fascinante. Coincidimos en un interrogante que creo, todavía hoy es medular: la represión de los árbitros ante la tentación que impulsa a cualquier ser humano a patear una pelota que cruza delante de sus pies. Nos preguntábamos: si un réfer, corriendo en la misma línea de los atacantes y en posición de convertir, sentiría o no la tentación de empalmar el balón para clavarlo en un ángulo como un goleador. Si partíamos de la premisa de considerar seres humanos a los árbitros, la respuesta era más que obvia. Esto nos indujo a teorizar sobre dos aspectos con consecuencias insospechadas: primero, de qué modo un juez reprimía esa necesidad animal y segundo, de qué modo canalizaba esa frustración. Zilkovsky, que permanentemente hacía gala de su inteligencia me planteó algunos interrogantes, que consideré en ese momento de neto corte freudiano: ¿acaso no sería ésta la génesis de tantos malos arbitrajes? Así el insider izquierdo advertía que ni los ingenuos creerían que el inconsciente, ante esa represión superlativa, podría luego manifestarse benévolamente siendo el hombre esencialmente un animal futbolero, y un ser que genéticamente responde a los estímulos de la pelota casi del mismo modo que el perro a los reflejos condicionados a la usanza experimental de Pavlov.
La magnitud del paradigma me convirtió casi en un eremita.
Por mucho tiempo me dejé llevar por las peripecias de una investigación, que de darla a conocer, tengo la certeza, desencadenaría en un escándalo de proporciones catastróficas con final patibulario para varios árbitros consagrados mundialmente.
En esas charlas Zilkovsky me confesó que en reiteradas ocasiones había tentado a los jueces con habilitaciones al vacío, advirtiendo que éstos en la mayoría de los casos parecían aceptar el convite, pero que, curiosamente, un instante antes de llegar a la pelota, de un modo u otro lograban descomprometerse. En mis investigaciones demostré que en esos casos los árbitros utilizan un recurso teatral, la cuarta pared, que les permite recuperar la concentración fijando la atención en algunos elementos que en estos casos son el alambrado olímpico o la tribuna.
A la hora del encuentro las hinchadas habían desbordado la capacidad de la cancha. Embanderado en el deber de cronicar la verdad, en mi comentario desenmascaré a los periodistas de la radio local que aludían a un clima de fiesta y confraternidad entre las parcialidades con permanentes intercambios de juegos florales.
El clima era de franca hostilidad, con mis propios ojos vi a cuatro jóvenes desnudar a un anciano de la divisa rival, luego atarlo con una soga del cuello y pasearlo en cuatro patas alrededor del predio obligándole a ladrar como un perro. Que el heladero del club local fuera estaqueado al pié de la tribuna popular de los visitantes no podemos valorarlo como un gesto de amistad y de civilizada convivencia entre parcialidades.
No fueron pocos los fanáticos con los que me crucé con escopetas de uno y dos caños, con carabinas y hasta creo que con un viejo Mauser, cruzado en bandolera. Aún con los refuerzos de efectivos de poblaciones vecinas, la vigilancia policial era escasa e insuficiente.
A mi me tranquilizó que el árbitro designado fuera por lejos el mejor de la liga, un hombre con condiciones que pintaban para llegar muy lejos.
Su imparcialidad era incuestionable. Emeterio Salzito, tendría en ese entonces, unos treinta años. Contaba con atributos físicos exuberantes, gran personalidad y decisión para fallar justicieramente aún a riesgo de su vida. Más de una vez vi a Salzito retorciendo las orejas de esos zagueros percherones y rompe huesos hasta hacerlos arrodillar para que se disculpasen por los agraviantes insultos proferidos a su santa madre.
El partido transcurrió con las fricciones lógicas de un clásico, y los hinchas, salvo un escopetazo que arrancó el banderín de la mano de uno de los jueces de línea al señalar una posición adelantada; justo es decirlo se habían comportado casi ejemplarmente.
Con el marcador cerrado en cero, dos minutos antes del final de la contienda, ocurrió lo inesperado. Zilkovsky, que esa tarde había desplegado una labor excepcional con habilitaciones que los puntas de su equipo malograron con asombrosa eficacia, iniciaba en ese momento una estupenda jugada que luego acabaría con la más que brillante trayectoria del árbitro Emeterio Salzito. Recibió la pelota un paso antes de los centrales, amagó hacia uno y otro costado pero finalmente encaró por el medio. Por la maniobra los zagueros chocaron violentamente y fueron a parar al hospital. A Zilkovsky, la pelota se le fue larga hacia un costado y ya, casi sin ángulo, aún advirtiendo que no entraba ningún compañero alcanzó a perfilar un centro magnífico hacia el borde del área chica donde lanzado a toda velocidad irrumpía el réfer Salzito. Este, que presumo había sido sorprendido por la rapidez de la maniobra, no pudo o no quiso frenarse a tiempo. La pelota, como pocas veces se le da en la vida a un goleador, se precipitó sobre Salzito, a la altura de su frente y con todo el arco a su disposición. Entonces, Salzito no dudó, con un frentazo seco y hacia abajo marcó un gol formidable, de los mejores que he visto en mi dilatada trayectoria como periodista. Emeterio, con la personalidad que lo caracterizaba, no se entregó a la fanfarria del festejo. Dio media vuelta y corriendo hacia el centro del campo, convalidó la conquista.
El escándalo alcanzó ribetes de desastre a modo de las catástrofes naturales que azotan a Centro América.
Según la evaluación de los ingenieros las instalaciones del club fueron demolidas en un tiempo que puede considerarse un récord.
Los vidrios de las viviendas y demás edificaciones fueron rotos casi en su totalidad. Una motoniveladora municipal atravesó la sede social de uno de los clubes para detener su marcha dentro de una pileta de natación. Los dos únicos móviles policiales fueron atravesados en las vías del ferrocarril y un tren de carga se los llevó. El talado de los árboles de la plaza fue completo y aún después de muchos años nadie se atrevió a izar una bandera en el mástil, donde flamea un retrato de Emeterio con una soga al cuello. El cura del pueblo, con una astuta maniobra impidió que el templo fuera reducido a escombros. Era de conocimiento público la estrecha amistad entre el representante de Dios y el presidente de la Asociación de Arbitros, por lo que cuando el párroco vio que la turba enardecida se acercaba apareció con diez kilos de asado ofreciendo además la puerta de la parroquia para las brasas.
Emeterio salvó milagrosamente su vida enancado en el caballo de un policía que era su cuñado. Desde ese entonces no se supo más nada de él.
Luego de varios años volví a tener noticias de Salzito. Por una carta que me envió al diario, donde ya me desempeñaba como responsable del suplemento cultural; supe que se había refugiado en una perdida localidad santafesina llamada Las Petacas.
Me confesaba que ese paraje ignoto le había garantizado permanecer con vida y además, abrazar con esmero el oficio de poeta.
Tal vez para reivindicarse me envió su primer libro de poemas, premiado en un concurso literario de la zona que había titulado:La tentación del referí.
Leerlo fue para mí una revelación sobre los padecimientos de estos heroicos hombres que a punta de silbato humillan sus pasiones, que siendo jueces y no parte del futbol, suelen ser víctimas de crímenes de lesa humanidad.
Creo que Emeterio Salzito plasmó, diría, borgeanamente aquel instante:
Inmaculada serpiente\ un balón me tentó con la gloria\ que es efímera\ a la sazón\ mi condena\ la poesía.

martes, 13 de septiembre de 2016

LA VEJIGA DE CHANCHO (Textos sobre fútbol)

Por Omar Hefling

“En todo argentino se oculta un geómetra capaz de darle forma esférica a cualquier objeto hasta convertirlo en una pelota de fútbol para echar así a rodar, la pasión, la magia y la poesía. De este modo, con prosa borgeana, Oliverio Ochava comienza otro capítulo memorable de su libro.
“La pobreza podrá privarnos de todo- sentencia el profesor- pero jamás podrá rapiñarnos de una pelota. ¿Alguien conoce el nombre del inventor del instrumento más eficaz de la dicha que se haya conocido nunca, para millones de seres del universo todo? ¿Alguien le hubiese creído a ese profeta ignoto que al crear una esfera de cuero, a la que para que se forme como tal solo llenó de aire, nos dijera que su invento haría felices a millones de niños a través de los tiempos? ¡Señores como a Jesús, cualquiera de nosotros lo hubiésemos tratado de loco! ¡Benditos sean entonces todos los locos! Señores, ¿quién de nosotros no corrió tras una famélica pelota de trapo, creyéndose Alfredo Distéfano, Adolfo Pedernera, Angel Labruna, Pelé, Bochini, Alonso o Maradona?”, así párrafo tras párrafo, Ochava describe con la maestría de un estupendo narrador una historia sabrosa y conmovedora.
“Vale recordar que hubo épocas en que una pelota era un lujo que los amantes del fútbol no se podían dar. En varias poblaciones del sudeste cordobés, las carencias eran tantas que destinar medias viejas para ese lúdico fin podía ser considerado una ostentación. Es en la necesidad que el hombre agudiza su ingenio. En uno de esos pueblos, General Viamonte, es donde nace la pelota orgánica- según la denominación del profesor- un inmigrante yugoslavo de apellido Grzincich tuvo la feliz idea de tomar una vejiga de chancho para luego inflarla con una bombilla de mate hasta darle la dimensión aproximada de una pelota de fútbol”.
Esta anécdota, para muchos simpática, es para el profesor Ochava nada menos que la génesis de una reglamentación recientemente implementada por la FIFA sin reconocer, como siempre sucede a los pioneros y gestores de la idea.
En esa localidad se realizaban campeonatos de fútbol en canchas reducidas, con siete jugadores por bando en donde las pelotas utilizadas eran las vejigas de chancho. Para cada partido se utilizaba solo una pelota dada la fragilidad de la materia.
Los partidos, en principio tenían una duración de cuarenta minutos, divididos en dos tiempos de veinte, pero en verdad duraban lo que resistiera la pelota.
La “pelota orgánica” podía pincharse en cualquier momento, la duración del partido dependía de la sutileza de los jugadores.
Algunos encuentros culminaban a segundos del pitazo inicial; otros se prolongaban cinco, diez minutos, y en muy raras ocasiones se llegaba al final del encuentro por las pericias de dos equipos atildados.
En la reglamentación se privilegiaba la destreza, por ejemplo una tapada brusca e innecesaria le podía costar al protagonista de la acción, la descalificación de su equipo. Según las disposiciones se trataba de infundir a los jugadores a darle un trato amable y afectuosa a la pelota.
Los carniceros del pueblo aportaban gratuitamente las vejigas, las que luego de infladas se cubrían con un lienzo húmedo para evitar el resecamiento de las denominadas por el profesor “pelotas orgánicas”.
Ochava asegura que esta modalidad le fue informada por él a Joao Havelange hace mucho tiempo y asegura que ésta habría sido el origen de la “muerta súbita” en el futbol actual.

En este capítulo el profesor exigía un justo un homenaje a esos pioneros en el mundial de Francia, reclamo que finalmente fue ignorado por los insensibles dirigentes del fútbol mundial.