
Hasta algún tiempo atrás los libros se presentaban ante el alma y los ojos del lector como invitaciones a las persepciones, a las indagaciones profundas y misteriosas o simplemente como inicio de infinitos caminos y en el mejor de los casos, como laberintos encantadores; ahora los libros se abren ante los ojos de los lectores como manuales de ruta o estúpidos nomencladores que lo guiarán a la calle donde la obviedad, la cajera del escritor, cobra en el precio de un libro, la inutilidad del tiempo perdido.