estaba fresco el verano

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viernes, 20 de julio de 2012

Los amigos


Los amigos

por omar hefling

 
Sé y admito que a menudo no me porto bien con los amigos. Sé que a veces los descuido, que dejo pasar el tiempo y no los llamo y no voy hacia ellos que, imagino, siempre me esperan como yo, secretamente, los espero.
¿Qué hubiera sido de mí si no hubiese tenido la suerte de tener tantos y buenos amigos? Sería, lisa y llanamente, un pobre tipo, vacío como un oasis, tal vez un espejismo de lo que debiera ser un hombre.
Cada vez que puedo, celebro la amistad, porque estoy convencido de que no hay otro sentimiento que el hombre pueda expresar con mayor libertad. Si somos algo, una parte enorme le corresponde a los amigos; de los ojos de cada uno de ellos llevamos siempre un abrazo inesperado.
En este país, se sabe, cultivamos la amistad con entusiasmo. Es tan profunda y tan bella la relación que establecemos con los amigos, que si en una de esas malas jugadas de la vida, perdemos a uno para siempre, cuando lo recordamos seguimos bromeando con él y no nos tiembla la pera para tomarlo de punto.
Cuando pasan los años, quedan amigos en el camino; pueden estar lejos, pueden pasar veinte años, puede que no los veamos más, pero uno los sigue llevando consigo, prendidos en la solapa como una de esas escarapelas infames que nos regalan por ahí.
Uno de mis grandes amigos, antes de que lo fuera, me dio una paliza. Tenía razón, lo había cansado, y entre trompada y trompada (donde yo llevaba la peor parte), nos abrazábamos y sentimos la misma vergüenza que cuando dos hermanos se pelean.
Es muy hermoso saber que aún en las peores, uno no se sabe solo, que tiene ahí al alcance un par de canallas, que si es necesario, por uno, son capaces de dejar a la mujer esperando en el aniversario de casamiento.
Hay amigos tan irresponsables que, valorando tanto ese sentimiento, se olvidan de lo que uno es y son capaces de recomendarnos, o sin pestañear arriesgan el patrimonio con una garantía.
Un amigo me ilustró sobre cómo era esa cuestión con las mujeres; otro me hizo escuchar “La balsa” y me cambió la vida; otro me hizo leer a Borges y me regaló un universo que jamás había imaginado; otro me explicó cómo se siente en carne propia, una traición; otro me enseñó qué es ser un tipo gamba; otro, un mentiroso incurable, me hizo consciente de qué cosa era la imaginación; de otros en cambio no recuerdo qué cosas me dieron, simplemente se hacían sentir cercanos, con el corazón para ofrecerlo.
Hay amigos enteros, los hay correctos, leales, pero también los hay atorrantes, esos tipos que nadie quiere tal vez porque van por la vida riéndose de todo, viviendo intensamente sus desesperaciones y que no suelen tener ni la más remota idea de eso que se llama “quedar bien”, pero así y todo, uno los quiere. Prometen y no cumplen, se llevan los libros de la biblioteca como si les pertenecieran, se instalan sin consultar y hasta pueden generar un escándalo en el vecindario, y algo nada imposible: robarte la mujer.
Uno se embronca, les corta el rostro, pero a la semana los extraña, y cuando regresan, como si nada hubiera pasado, uno se rinde y hasta se alegra de que hayan vuelto.
A menudo, para los demás, los amigos que se tienen, no son los que se deberían tener. Y esto ocurre porque mucha gente ignora qué cosa es la amistad  y que a veces los mejores amigos son, justamente, ésos que todo el mundo sostiene que no se deberían tener. Con los amigos uno puede estar hablando de nada con la misma seriedad que si hablara de Hegel, puede inventarse argumentos absurdos capaces de desestabilizar la cordura, puede conocer el mundo en una mesa de café, retar a duelo a todos los infames, permitirse recuperar la ingenuidad de los niños y hasta en una de ésas, salir convencidos de que hicimos algo por este mundo de mierda.
Los amigos izan la banderita de las nuevas ilusiones sobre el territorio del corazón derrotado; los amigos pueden reconocer en la lluvia cuál de todas las gotas es esa lágrima dura del dolor que dejamos caer, si de tan solos parecemos leprosos en el país del amor; son capaces de renunciar a una mujer hermosa y dejarnos a solas con ella, siempre por la causa.
Los amigos pueden ignorarlo todo, pero para darte una mano, pueden simular sabérselo todo. Reparten, aún en la última miseria. El pan y los billetes, en partes iguales.
Ofrecen, si es necesario, lo que no tienen, te dicen “Tomá esta campera, yo tengo como cuatro”, y uno no sabe que las tres perchas restantes aún están desnudas.
Te invitan el último cigarrillo; si triste uno desespera por una copa, ellos renuncian aduciendo que se han alejado de la bebida; si flojo en la estima uno piensa que está perdida la partidaellos te hacen sentir un campeón que todos los obstáculos derriba, y a veces, como si supieran, nos ponen en el camino dándonos ejemplares consejos de vida.
Para los amigos no hay una hora prohibida, ni citas que no pueden ser diferidas; si por alguna razón no das señales de vida, antes que la policía, ellos encuentran tu guarida.
Creer en los amigos, no es una causa perdida; es una gran causa a tener en cuenta en la vida. Definir ese sentimiento es tiempo perdido, es como explicar cómo y por qué acontece la poesía.