Por Omar Hefling
“En todo argentino se oculta un geómetra capaz de darle forma esférica a
cualquier objeto hasta convertirlo en una pelota de fútbol para echar así a
rodar, la pasión, la magia y la poesía. De este modo, con prosa borgeana, Oliverio Ochava comienza otro capítulo
memorable de su libro.
“La pobreza podrá privarnos de todo- sentencia el
profesor- pero jamás podrá rapiñarnos de una pelota. ¿Alguien conoce el nombre
del inventor del instrumento más eficaz de la dicha que se haya conocido nunca,
para millones de seres del universo todo? ¿Alguien le hubiese creído a ese
profeta ignoto que al crear una esfera de cuero, a la que para que se forme
como tal solo llenó de aire, nos dijera que su invento haría felices a millones
de niños a través de los tiempos? ¡Señores como a Jesús, cualquiera de nosotros
lo hubiésemos tratado de loco! ¡Benditos sean entonces todos los locos!
Señores, ¿quién de nosotros no corrió tras una famélica pelota de trapo, creyéndose
Alfredo Distéfano, Adolfo Pedernera, Angel Labruna, Pelé, Bochini, Alonso o
Maradona?”, así párrafo tras párrafo, Ochava describe con la maestría de un
estupendo narrador una historia sabrosa y conmovedora.
“Vale recordar que hubo épocas en que una pelota era
un lujo que los amantes del fútbol no se podían dar. En varias poblaciones del
sudeste cordobés, las carencias eran tantas que destinar medias viejas para ese
lúdico fin podía ser considerado una ostentación. Es en la necesidad que el
hombre agudiza su ingenio. En uno de esos pueblos, General Viamonte, es donde
nace la pelota orgánica- según la denominación del profesor- un inmigrante
yugoslavo de apellido Grzincich tuvo la feliz idea de tomar una vejiga de
chancho para luego inflarla con una bombilla de mate hasta darle la dimensión
aproximada de una pelota de fútbol”.
Esta anécdota, para muchos simpática, es para el
profesor Ochava nada menos que la génesis de una reglamentación recientemente
implementada por la FIFA sin reconocer, como siempre sucede a los pioneros y
gestores de la idea.
En esa localidad se realizaban campeonatos de fútbol
en canchas reducidas, con siete jugadores por bando en donde las pelotas
utilizadas eran las vejigas de chancho. Para cada partido se utilizaba solo una
pelota dada la fragilidad de la materia.
Los partidos, en principio tenían una duración de
cuarenta minutos, divididos en dos tiempos de veinte, pero en verdad duraban lo
que resistiera la pelota.
La “pelota orgánica” podía pincharse en cualquier
momento, la duración del partido dependía de la sutileza de los jugadores.
Algunos encuentros culminaban a segundos del pitazo
inicial; otros se prolongaban cinco, diez minutos, y en muy raras ocasiones se
llegaba al final del encuentro por las pericias de dos equipos atildados.
En la reglamentación se privilegiaba la destreza, por
ejemplo una tapada brusca e innecesaria le podía costar al protagonista de la
acción, la descalificación de su equipo. Según las disposiciones se trataba de
infundir a los jugadores a darle un trato amable y afectuosa a la pelota.
Los carniceros del pueblo aportaban gratuitamente las
vejigas, las que luego de infladas se cubrían con un lienzo húmedo para evitar
el resecamiento de las denominadas por el profesor “pelotas orgánicas”.
Ochava asegura que esta modalidad le fue informada por
él a Joao Havelange hace mucho tiempo y asegura que ésta habría sido el origen
de la “muerta súbita” en el futbol actual.
En este capítulo el profesor exigía un justo un
homenaje a esos pioneros en el mundial de Francia, reclamo que finalmente fue
ignorado por los insensibles dirigentes del fútbol mundial.
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