estaba fresco el verano

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sábado, 3 de septiembre de 2016

DE LA MANO DE DIOS AL BOSÓN DE HIGGS (Textos sobre fútbol)


Por Omar Hefling


La diferencia entre Diego Maradona y Lionel Messi, los dos mejores jugadores de fútbol de la historia de este deporte es solo una: un cambio de época. Messi es un hombre atípico, tal vez un mutante que surgió del encuentro entre la industria farmacológica y el subdesarrollo que vive sin noticias del drama de la existencia. Diego Maradona en cambio fue una pesadilla existencial fuera y dentro de la cancha. Maradona jugó dentro y fuera con el peso, con la mochila de su representación, una cuestión que a Messi le resbala, no le importa y hasta lo incomoda.
Este vacío existencial le confiere a Messi una levedad letal que desconcierta a los rivales, desactiva el instinto cazador de los defensores. ¿Cómo le vas a pegar a alguien que no existe? Parece una vaquita de San Antonio hundido en las raíces del césped. Los rivales pierden la ferocidad con que soñaron partirlo en cuatro. Cuando se aleja del balón la tensión y la potencia que implican una batalla deportiva, desaparecen a su alrededor, esa ausencia de peso existencial lo invisibiliza. Cuando Messi abandona la pelota regresa al cero absoluto. A la nada, se desmaterializa. Pero cuando la pelota toca sus pies se convierte en la Máquina de Dios, en un acelerador de partículas. Es el equivalente al bosón de Higgs que según científicos podría develar el origen del universo. Pero al igual que el bosón que por ahora es una huella, un rastro de algo que todavía no conocemos; Messi con la pelota también se vuelve invisible para los defensores, llegan tarde, marcan una huella, un rastro, marcan el espectro del jugador que ya está lejos y casi siempre entregado al mesurado festejo alzando sus brazos al cielo.
Nos enamoramos de Maradona porque además de su magia fue un guerrillero, un guevarista luchando solitariamente contra un sistema, el único deportista de elite que se atrevió a desafiar a una maquinaria infernal, a un negocio que le confiere al sistema un ejército de músculos que corriendo tras una pelota contribuyen al derrame de sus axiomas sobre las multitudes.
En cambio Messi representa el deportista de la modernidad, tiene la dinámica inasible del capitalismo de este milenio, es como el flujo del que habla Deleuze, un código que cuando se decodifica se vuelve a codificar en algo distinto. Acelera de cero a cien en una milésima de segundo para volver luego a pasar desapercibido a casi no existir, a escaparse de la escena porque se supone que para quién no existe tampoco hay contexto. También podríamos decir que solo alguien que no tiene Yo puede desaparecer así. Porque no tiene Yo no lo dominan las pasiones ni puede amar u odiar ni necesita de una imagen.
Sin embargo el Messi, que no representa nada ni a nadie, concibe lo mejor de su arte en una construcción colectiva, cree más en el comunismo futbolístico que en sus propias hazañas individuales. El pequeño crack se le escapa a la acción maquínica del sistema, el sistema que utiliza a los ídolos deportivos para consolidar un ideal individualista en las multitudes, ha puesto en el sitio más alto, a un Prometeo que solo se siente dios en colectividad, que alcanza la genialidad consagrando el valor de la horizontalidad de las decisiones, el valor asambleario de la voz y la participación de cada uno de los miembros de esa institución o estado que en el fútbol se conoce como equipo.
Maradona fue distinto por una poética rebelde, foquista. Pero esa poética foquista fue el fin de una época con la irrupción de otro poeta igualmente erudito en destrezas dispuesto a ofrecer su arte, también revolucionario pero por su concepción colectiva del juego.
Maradona desde una villa comenzó a escribir poesía con la zurda, poesía que primero se resguardó en una estética, se sustentó en belleza provocadora que estalló en la sensibilidad de la multitud, y esa sensibilidad adormecida se envistió de la magia del poeta, de lo que escribe el poeta, de lo que el poeta lleva escrito en el cuerpo y lo que lleva escrito en el cuerpo es un largo reclamo postergado que los identifica. Como muy bien observó el poeta Fabián Casas, el problema de Maradona siempre fue la representación, y en cambio el de Messi, la invisibilidad. Casas especula que si Messi pudiese entrar a una cancha y hacer lo suyo permaneciendo invisible, sería dichoso.
Maradona desde muy pequeño configuró en su pensamiento una ética para guiarse y no una moral, una ética que sesgó en principio y torpemente una conciencia de clase. No sabemos cómo ni porqué pero esa conciencia de clase en principio solo definida en gestualidades orientó su subjetividad hasta darle formas al hombre político. Messi, ajeno a esa conciencia de clases, tal vez esté poniendo en el escenario del sistema que lo utiliza, una idea tan peligrosa como la que propuso en otro tiempo el poeta suicida, la idea que lo que a través de él se representa, no sea su imagen de genio individual, sino una consecuencia de una dinámica colectiva. 
Podríamos decir que Messi, sin la elocuencia y claridad de Maradona como hombre político, nos está diciendo que solo se consigue lo que se quiere confiando en los otros, que a la poesía no la escribe uno, la escriben todos. Nos dice algo en el extremo opuesto de lo que el sistema cree estar sosteniendo con el nuevo dios del fútbol. A diferencia de Maradona y su confrontación solitaria, Messi nos convida a una idea superadora: ninguna genialidad individual tiene sentido si no se constituye en la potencia de un colectivo. La idea que al toro del poder no se le puede confrontar con su fuerza, sino hay que hacerlo correr hasta ganarle por cansancio.