estaba fresco el verano

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miércoles, 26 de octubre de 2016

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (Textos sobre fútbol)

Por Omar Hefling


El Libro de los Récords y de acontecimientos insólitos del profesor Oliverio Ochava, periodista y antropólogo en el ámbito deportivo de la Provincia de Córdoba, refiere este caso, que tronchara la brillante trayectoria de Pedro "Pancuca" Martinetti, temible goleador de la Liga Canalense de Fútbol. Bajo el título "Artillero del Club Atlético Canalense convierte un gol en su contra mientras shoteaba  un corner en favor de su divisa" se cuentan los pormenores de aquella tragedia. Según el Profesor Ochava el encuentro se desarrollaba en la cancha del Canalense, donde el equipo local enfrentaba a uno de los equipos más débiles de la liga. Veinte minutos antes del final se desató una tormenta de granizo, agua y viento, viento que con inusitada intensidad corría de norte a sur  favoreciendo a los dueños de casa. Con la parcialidad enardecida  tal vez por la granizada más que  por las acciones del juego, como se relata en el libro, y el empuje de las ráfagas de la ventisca que alcanzaban los cien kilómetros horarios, el humilde equipo visitante literalmente se había colgado del travesaño. A dos minutos del final el empate dejaba al local fuera de la lucha por el título; fue ahí  que el árbitro marcó un tiro de esquina desatando la ovación anticipada por el gol de la victoria que acabaría siendo el gol de la derrota. Con la felicidad de un niño Martinetti corrió hacia el banderín para ejecutarlo, en las mismas circunstancias había conseguido dos estupendos goles olímpicos. Como en las dos ocasiones anteriores, luchando con las ráfagas de viento que casi le impedían moverse, apuntó hacia su arco para que la pelota se elevara y luego cayera como un rayo sobre el arco contrario. Martinetti, un ropero de casi un metro noventa  y botines número cuarenta y ocho, era temible  por la fuerza de sus disparos; para su desgracia en el instante mismo de pegarle a la pelota, con todo su equipo en el área rival incluido el arquero, tal vez cumpliendo el mandato de un embrujo, el viento se detuvo. El balón cayó cerca de las dieciocho, dio un par de piques sobre los charcos y entró mansamente en su propio arco ante el estupor generalizado. Martinetti sin dudar saltó el alambrado y comenzó a correr a campo abierto. Según narra la crónica de Ochava nunca más se supo de él.