por Omar Hefling
Ahí supe Negro, lo que es el peso de la camiseta. No me lo voy a olvidar en
la reputísima vida. Hace dos años ya y a ese negro remalparido de Pepeu no me
lo puedo sacar de la cabeza. Con decirte que más de una vez he vuelto a soñar
esa jugada. Fijate como opera el inconsciente en un crack, puede llegar a
destruirte si no tenés resto anímico. Ese campeonato fue una gesta heroica del
futbol rioplatense que pasó inadvertida para la prensa. En el verano hasta la
prensa deportiva anda detrás del chisme barato, detrás de las putitas de la
televisión, dejame de joder. En principio nosotros nos anotamos en ese
campeonato que organizaban ahí por boludear, digamos. Fue así Negro, te lo
juro, después fuimos tomando conciencia. Por esa impronta que tenemos los
argentinos de agarrar todo para la cagada. Se jugaba en cancha chica, chica
pero no tan chica, para siete jugadores. Yo no estaba como ahora, hecho un
chochán, estaba en mi peso ideal y vos bien sabés lo que yo rindo en esas
condiciones. Éramos cuatro argentinos y tres uruguayos éramos. Tres cordobeses,
el Turco el sorete ese amigo tuyo que vende merca en el kiosco a la vuelta de
la cancha de Belgrano, un pibe de Iponá que conocimos allá que vendía aritos y
otras pelotudeces, y yo, y el otro era un porteño. Un guaso que la gastaba en
todo sentido, humana y futbolísticamente hablando. Creer o reventar, hay que
admitir que existen porteños pulentas. Los uruguayos unos señoritos, unos
edecanes de la camaradería de la vida y del deporte. Éramos un equipo
equilibrado, sólido, compacto en todas las líneas, sin muchos lujos y eso sí,
metíamos que daba miedo. Uno de los yoruguas, el más pendejo, atajaba,
Whashinton me acuerdo que se llamaba, un arquerazo, una muralla la basura. Otro
de los uruguayos, un morochón grandote jugaba en la defensa con el Turco. De la
manera que se complementaban, cruces, relevos y todos los chiches, parecía que
los hijos de puta habían jugado toda la vida juntos. Esa química que por ahí se
da en el futbol. En el medio yo en mi puesto, como un cinco bien clásico
digamos, nada que ver con ese maricón de Redondo, por favor Negro, no me
comparés, y un poco más adelantado, de enganche el uruguayo, un petiso tipo la
rana Valencia pero más morrudo que la movía bastante bastante bien, con decirte
que hasta algunos lujos se permitía. Adelante, el pibe de Iponá, el Twingo como
le puso el Turco porque es fiero desde la nariz hasta el culo; un punta con
mucha dinámica, muy veloz la basura esa junto al porteño, un gringo lomudo tipo
Morete para darte una idea. Buen cabeceador, oportuno, con olfato, siempre ahí,
pum y a cobrar. Como te decía Negro, una formación humilde, batalladora que se
ensambló de puro ocote porque vos viste en la circunstancia que se dio todo, no
había para elegir. Ahí el técnico se tiene que conformar con lo que tiene. Yo
cumplía las dos funciones, técnico y capitán, simultáneamente, imaginate la
responsabilidad. El torneo era por eliminación directa, perdías y a la concha
de la lora. Ganamos cinco partidos y nos metimos en la final. Nosotros que
éramos el único equipo extranjero, un golpe duro para los brasucas. Imaginate
no era una cosa que a ellos les había caído muy bien pero en honor a la verdad
los cosos se la bancaron como duques, hasta los referí, mirá lo que te digo. El
primer partido lo jugamos con un combinado que se llamaba “Tren Caiphira”.
Sinceramente no me preguntés que mierda quiere decir eso. Los negros esos creo
que eran todos músicos y estaban de la nuca. Meta casasha, tenían un pedo
mortal, tenían. Seis a cero los empernamos. Con decirte que hasta yo hice dos
goles, siendo que jugaba en la posición que jugaba, más retrasado, más volante
tapón. El primero que hice fue una pepa espectacular, una de esas palomitas que
te salen una sola vez en la vida. Al otro gol lo convierto cuando me proyecto
por la derecha, el Twingo me ve y me habilita, ante mí tenía un defensor y el
arquero nada más porque había sido un contragolpe mortífero; le amago hacia la
izquierda y el defensa, el bostero ese pasa de largo sin saludarme y ahí nomás
me sale el arquero a los saltos y a los gritos “Iemaniá...iemaniá”, imaginate
Negro cual era el estado del guarda meta, y ¿ qué hago yo?, sombrerito papá,
sombrerito suave con el empeine y a posteriori salgo corriendo hacia el
banderín del corner y festejo a lo Batistuta. Te garantizo que en el silencio
que se hizo se podía escuchar hasta el pedo de una mosca. Ponele la firma que
si por una de esas casualidades andaba por ahí un caza talentos del Sao Paulo,
hoy yo no estoy acá hablando pelotudeces con vos, ponele la firma Negro. En ese
partido fui la figura de la cancha y por eso me hice merecedor a un coco. Ese
era el trofeo que la daban a la figura y no es para que te cagués de risa. Date
una idea, era un trofeo simbólico, un producto genuino de ellos. Esa es la
diferencia entre ellos y nosotros, ellos son defensores de lo de ellos, mi
viejo, no como nosotros que en un caso símil somos capaces de regalarles una
muñeca Barbie. Así somos de boludos, a mí con ese gesto me dieron una verdadera
lección y no me avergüenza reconocerlo.
Los otros días recibo una carta del uruguayo que jugaba en el medio
conmigo, ¿te acordás de Pepeu? me dice, todavía se me caga de risa el culiado
ése. ¡Cómo la mueven los brasucas, Negro! Todos, pero todos la hacen bosta.
Nacen con esa virtud esos negros de mierda. Es ancestral, innato digamos, a
ellos la pelota se les encariña, pareciera que la manejan con la mente como
maneja las cosas el gordo puto ese de Lotito.
Al segundo partido lo ganamos tranqui. Dos a cero. La verdad, tuvimos bastante
culo. Ese día nos salvó Morete, se llevó por delante dos veces a la pelota y en
sendas ocasiones la mandó adentro. ¡Cómo se siente el peso de la camiseta
cuando estás jugando en el exterior! No es moco e´ pavo, Negro. Estás
representando al país, sos un embajador sin fueros, digamos. Yo les decía a los
guasos en la charla técnica, no se manden ninguna cagada, seamos conscientes
por el amor de dios, no quiero ningún escándalo. Nada de cagarse a trompadas,
por favor muchachos, Artigas, Belgrano y todos nuestros próceres nos están
mirando desde el cielo. Te digo que si antes de algún partido nos llegaban a
poner el himno, hubiera hecho un papelón dalo por hecho que entraba a moquear.
Sentís que en tus botines se juega la patria. Sentís que la camiseta te pesa
más que el bronce de todas las estatuas de nuestros próceres juntas. La pelota
te quema en los pies. Sentís que a cada jugada vas con el país sobre tus
espaldas. Sentís la angustia del hincha, la voz del hincha que te grita ¡hijos
de puta pierdan con cualquiera pero nunca con los brasucas porque si no les
rompemos el orto! Negro, estás encarnando el mandato bíblico del hincha
argentino. Hay que estar ahí, hay que estar ahí, no es joda, no cualquiera se
banca eso. Para que tengas una somera idea, cuando ganamos el tercer partido,
que lo ganamos de pedo de recontrapedo, las autoridades del evento nos ponen un
tango de Gardel por los altoparlantes, ¡para qué!, ahí nos quebramos todos.
Llorábamos como criaturas, con ese llanto entrecortado que te sale del corazón,
del alma, de las tripas y siendo que a mí el tango no me va ni me viene. Vos
bien sabés que a mí del cuarteto nadie me saca. Imaginate cómo estaba el
porteño, parecía Andrea del Boca el mariconazo. Nosotros además no teníamos
hinchada, estábamos solos, solos como perros. Ellos en cambio estaban con todo
el aparato, bombos, banderas, batucadas, todo. ¡Cómo nos puteaban! Te juro que
nunca me putearon tanto en una cancha. Los brasucas no nos quieren Negro, no
nos quieren, esa es la verdad de la milanesa. Para ellos nosotros somos unos
recontraremilparidos. Antes que a nosotros prefieren a los bolitas, a los
nicaragüenses, los nigerianos, cualquiera. Por eso dudo que el Mercosur tenga
futuro, acordate de lo que te dice un pelotudo. En el cuarto partido nos
salieron todas. Cuatro a dos. Fhilos de Pelé se llamaba el equipo, ¡ má que
Fhilos de Pelé ni la recalcada concha de la lora! Le metimos un cagadón que ni
te cuento. Para mí ese partido era muy especial, era como empernarlos
diciéndoles, ¡qué Pelé ni la reputísima madre que los parió, el Diego es el más
grande!, entendés Negro por dónde venía la cosa. Mirá como habré estado de
motivado que hasta un par de caños me tiré, pero esos caños caños y esto no es
todo, hasta te digo que en una jugada me amontoné a tres. Parecíamos la
Argentina del 86 y no estoy exagerando. Un relojito. Sinceramente yo tuve mucho
que ver por el planteo que hice. Lo hice bajar un poco al pibe de Iponá, al
Twingo, a volantear digamos y en la defensa jugamos con stoper, fue una audacia
de mi parte, lo reconozco. Cuando íbamos tres a dos le digo a Morete, si hacés
otro gol gritáselo como el Diego a la cámara como en el mundial del 90 para que
se recaguen de odio. A los cinco minutos el porteño la empupa y sale corriendo
para cumplir el mandato, pero ahí imaginate, no sólo no había una cámara de
televisión, no había ni una Kodak fiesta no había, entonces qué hace Morete, se
lo grita al megáfono del comisario deportivo. ¡Sabés Negro cómo se pusieron!
Hasta ese entonces al equipo de Pepeu no lo habíamos visto jugar. Todo el mundo
hablaba de ese negro reputo. Era la sensación del torneo. No te puedo mentir,
esa era la verdad verdadera. El partido previo a la final fue infartante.
Ganamos a puro güevo, tremendo brader. A los tres minutos ya perdíamos uno a
cero. Se nos venía la noche, entonces, ¿qué hago yo?, apelo al factor
sicológico. Los junto a todos y les grito: ¡Vamos manga de culiados, le
rompamos el culo qué mierda! ¡Para qué! Nos transformamos, éramos una máquina,
éramos. Terminamos el primer tiempo ganando tres a dos. Ni bien comienza el
tiempo complementario nos empatan con un penal dudoso. Ahí nomás nos clavan el
cuarto de tiro libre. ¡Cómo patean estos mal paridos, Negro! Faltando diez
minutos íbamos perdiendo y entonces le grito, apelo al más habilidoso de los
nuestros, al uruguayo...¡ Uruguayo travesti, poné güevo la puta que te
remilparió! Si yo tengo una virtud dentro de la cancha, Negro, es esa, el
impacto sicológico en el momento justo. En tres minutos, el yorugua, en dos
jugadas se gambeteó hasta los cocodrilos del Amazonas. Primero hizo un golazo y
luego se la sirvió al Twingo para que la empujara. ¡ No sabés cómo festejamos
con los charrúas! Aaargentii...Uuuruguaa...Les rompimos el orto, le
rompimos. Nadie daba dos mangos por nosotros, pero ahí estábamos con la
tradicional picardía criolla y la garra charrúa. El candombe, el tango y el
cuarteto al unísono, como un solo sentimiento. ¡ Mamita querida te la debo
estar ahí! Pero claro, la prensa argentina brilló por su ausencia cuando
nosotros estábamos protagonizando una patriada grossa, imaginate la gloria del
futbol nuestro estaba en juego, ponete a pensar la dimensión del asunto. No es
joda brader, cuando vos jugás en el exterior estás defendiendo la gloria de
todos nuestros ídolos. Antes de la final, en el precalentamiento los negros
estaban nerviosos porque Pepeu no llegaba. Al fin llegó el repodrido ése.
Atendé lo que te voy a decir, cuando lo ví haciendo jueguitos con la pelota, se
me arrugó el ojete.¡ Qué habilidá...por Dios! Yo como un pelotudo me quedé
mirándolo, con la boca abierta. Todas las hacía, todas, todas las hacía Negro.
Era un negro con trencitas parecía el Bob Marley parecía, flaco el hijo de
puta, ruina, una hilacha. Sabiendo que los brasucas son esencialmente cagones
me dije a este lo cruzo fuerte un par de veces y chau Pepeu. Dicho y hecho. Lo
levanté para la mierda en sendas ocasiones, tarjeta mediante y desapareció del
partido. Viste que en esos encuentros de canchas chicas siempre hay muchos
goles, faltando tres minutos íbamos cero a cero. Imaginate la paridad. En ese
momento, justo en ese recontrareputo momento, de contragolpe se la dan a Pepeu.
Quedábamos el arquero y yo, como último hombre. Le salgo, me encara, me hace un
amague, instintivamente abro las piernas, me hace un caño el recontraculiado,
luego lo enfrenta al arquero y lo desparrama. Yo que ya me había recuperado le
salgo otra vez y sabés lo que me hace el mal parido, ¡ me tira otro caño!, me
tira otro caño y no solo eso, me vuelve a esperar, amaga para acá amaga para
allá y me deja culo al norte en el suelo, no conforme con eso el roñoso ése me
espera otra vez casi al borde de la línea de gol y ahí, imaginate Negro, me
sale todo el odio del mundo y me le tiro para descuartizarlo y el recontraremilputo
sabés que hace, Negro, ¡ salta, salta como una putita! y mientras yo me
reventaba contra el poste lo veo a Pepeu que la pisa del otro lado de la línea,
acto seguido se da vuelta y podés creer ni siquiera grita el gol y lo peor de
todo, lo que más me dolió fue que el mal nacido no le dio importancia a su
conquista ni a la victoria ni a la gloria y se viene a socorrerme y me limpia
con su camiseta la sangre que desde la frente me caía sobre el rostro.