Omar Hefling
Nadie hoy ya lo
discute. Pero su nombre siempre fue una incomodidad. Siempre dicho, no a voz en
cuello, sino entre dientes, su nombre, su apellido resuena siempre a
discordancia. Habría que caminar por las cercanías de Saprissa tal vez para
percibir que fue lo que Borges iniciaba allí, por qué ese destino, ese camino.
Otros dicen que fue en el Colegio
Saint Clare y su relación con el maestro Juancito Varela. Sin embargo
allí nadie asegura nada que fuese Varela el germen de esa semilla. Algunos
hasta niegan ese vínculo que el propio Borges nunca se encarga de traer a la
luz. Su potencia está en lo alto, en los cielos
como suelen decir los comentaristas, nadie se atreve a invadir el
espacio aéreo de ese tal Borges. A Fredrikstad llegó y se fue embarrado
en polémicas estériles, y allí tampoco es fácil hallar un testimonio claro, el
interrogado huye remiso, como temeroso, sin
mostrar su rostro, bajándolo incluso, nuca se sabrá si atemorizado o avergonzado.
En Estocolmo, en AIK ese lugar que le negó la grandeza, la inmortalidad por qué
no decirlo llegó para pisotear la gloria de Martín Kayongo-Mutumba. Pero recién
fue en ese mismo país del frío, en Mjällby Aif que su apellido empezó a
ser rumiado por la caterva de detractores. Andreas Alm jamás reconoció que fue
por su culpa, que por su decisión el destino de Borges fue signado. Y fue en
ese verano, en ese mismo año, también en Estocolmo que asumió retrasar su
ambición y lejos de alejarlo de la
notoriedad, su nombre se agigantó. Allí dejó ocho conferencias para comprender
su nueva poesía. Ya en España, su primera víctima fue el Rayo Vallecano, el
Rayo lo padeció en su propia casa. Su gloria alcanza su pináculo, algunos meses
más tarde, nada menos que en el Camp Nou cuando salva al conjunto coruñés de la
tragedia del descenso. Hoy ya consagrado, Celso Borges disfruta del cariño de
su pueblo, nadie, dicen, usará la casaca número 10 de la Selección de Costa
Rica después de su retiro. “La maleta” como lo apodan sus amigos, el hijo de
Alexandre Borges Guimaraes, austero, a veces lacónico, ha hecho que una pequeña
república intrascendente sea hoy respetada.