estaba fresco el verano

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sábado, 15 de octubre de 2016

ESE TAL BORGES (Textos sobre fútbol)

Omar Hefling


 Nadie hoy ya lo discute. Pero su nombre siempre fue una incomodidad. Siempre dicho, no a voz en cuello, sino entre dientes, su nombre, su apellido resuena siempre a discordancia. Habría que caminar por las cercanías de Saprissa tal vez para percibir que fue lo que Borges iniciaba allí, por qué ese destino, ese camino. Otros dicen que fue en el Colegio Saint Clare y su relación con el maestro Juancito Varela. Sin embargo allí nadie asegura nada que fuese Varela el germen de esa semilla. Algunos hasta niegan ese vínculo que el propio Borges nunca se encarga de traer a la luz. Su potencia está en lo alto, en los cielos  como suelen decir los comentaristas, nadie se atreve a invadir el espacio aéreo de ese tal Borges. A Fredrikstad llegó y se fue embarrado en polémicas estériles, y allí tampoco es fácil hallar un testimonio claro, el interrogado huye remiso, como temeroso, sin  mostrar su rostro, bajándolo incluso, nuca se sabrá si atemorizado o avergonzado. En Estocolmo, en AIK ese lugar que le negó la grandeza, la inmortalidad por qué no decirlo llegó para pisotear la gloria de Martín Kayongo-Mutumba. Pero recién fue en ese mismo país del frío, en Mjällby Aif que su apellido empezó a ser rumiado por la caterva de detractores. Andreas Alm jamás reconoció que fue por su culpa, que por su decisión el destino de Borges fue signado. Y fue en ese verano, en ese mismo año, también en Estocolmo que asumió retrasar su ambición y lejos de alejarlo de  la notoriedad, su nombre se agigantó. Allí dejó ocho conferencias para comprender su nueva poesía. Ya en España, su primera víctima fue el Rayo Vallecano, el Rayo lo padeció en su propia casa. Su gloria alcanza su pináculo, algunos meses más tarde, nada menos que en el Camp Nou cuando salva al conjunto coruñés de la tragedia del descenso. Hoy ya consagrado, Celso Borges disfruta del cariño de su pueblo, nadie, dicen, usará la casaca número 10 de la Selección de Costa Rica después de su retiro. “La maleta” como lo apodan sus amigos, el hijo de Alexandre Borges Guimaraes, austero, a veces lacónico, ha hecho que una pequeña república intrascendente sea hoy respetada.