Por Omar Hefling
La
trayectoria de Justino Vargas, dice el periodista y antropólogo del deporte
Oliverio Ochava, no tiene parangón en la historia mundial del referato. Ejerció
durante cuarenta años el ingrato oficio de juez de línea en los torneos de
ascenso de la Asociación de Fútbol de Córdoba. Además de su
conducta intachable era todo un caballero. Jamás respondió ni con un gesto a
las innumerables agresiones que cobró su humanidad. Según Oliverio, Vargas no
llegaba al metro sesenta de estatura y no acusaba en la balanza más de
cincuenta y cinco kilogramos; tenía la gallarda figura de un jockey. Con una
meticulosidad increíble plasmó en un par de cuadernos "los fríos números
de la desdicha", como Justino llamaba a sus estadísticas: "Corrí casi
5000 kilómetros al borde de la línea de cal empuñando el banderín de la
justicia sin que nunca me temblara el pulso a la hora de marcar una
infracción", rescata el profesor Ochava de una entrevista que le realizara
conmovido por su valentía, elevándolo a la altura de los jueces italianos del
caso mani pulite. Las estadísticas de Justino Vargas sobre las agresiones que
padeció son escalofriantes y estremecedoras: "A lo largo de mi carrera me
acertaron 6000 naranjazos, por lo que a mí vitamina C nunca me faltó; las
diversas hinchadas hicieron gala de puntería haciendo blanco en mi
persona en 3800 oportunidades con tomates y huevos podridos, y en
alrededor de 1500, con piedras y monedazos”. “Los cracks sin ética deportiva me hicieron víctima
de por lo menos veinte agresiones físicas por lo que mi boca desdentada no es
más que un clamor de justicia" refiere Ochava con orgullo que las doce
piezas dentarias, la totalidad de incisivos y caninos inferiores y superiores
que le fueran obsequiadas por Justino antes de morir a comienzo de los ochenta,
tendrán un sitial de honor en el "Museo de la Impunidad del Balonpié"
que lentamente toma formas en el garaje de su casa. Su retiro se produjo a los
sesenta años y si bien Justino adujo que la causa fue un boicot de las
camadas jóvenes de jueces corruptos, en verdad fue por la pérdida de capacidad
visual. Se dice que invalidó un gol en contra por posición adelantada, creyendo
que era un delantero el defensor que en el intento de jugar con su arquero
clavó la pelota en el fondo de la red. Según el profesor Ochava, los restos de
de Justino Vargas descansan para siempre en el cementerio de San Vicente. En su
tumba no hay flores, en la cabecera se yergue ondulante un banderín. Y hasta el
día de hoy, todos los lunes aparecen sobre el rectángulo naranjas reventadas.