estaba fresco el verano

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sábado, 27 de agosto de 2016

JUSTINO VARGAS, EL SOCIO DEL SILENCIO (Textos sobre fútbol)





Por Omar Hefling 

La trayectoria de Justino Vargas, dice el periodista y antropólogo del deporte Oliverio Ochava, no tiene parangón en la historia mundial del referato. Ejerció durante cuarenta años el ingrato oficio de juez de línea en los torneos de ascenso de la Asociación  de  Fútbol de Córdoba. Además de su conducta intachable era todo un caballero. Jamás respondió ni con un gesto a las innumerables agresiones que cobró su humanidad. Según Oliverio, Vargas no llegaba al metro sesenta de estatura y no acusaba en la balanza más de cincuenta y cinco kilogramos; tenía la gallarda figura de un jockey. Con una meticulosidad increíble plasmó en un par de cuadernos "los fríos números de la desdicha", como Justino llamaba a sus estadísticas: "Corrí casi 5000 kilómetros al borde de la línea de cal empuñando el banderín de la justicia sin que nunca me temblara el pulso a la hora de marcar una infracción", rescata el profesor Ochava de una entrevista que le realizara conmovido por su valentía, elevándolo a la altura de los jueces italianos del caso mani pulite. Las estadísticas de Justino Vargas sobre las agresiones que padeció son escalofriantes y estremecedoras: "A lo largo de mi carrera me acertaron 6000 naranjazos, por lo que a mí vitamina C nunca me faltó; las diversas hinchadas hicieron gala de puntería haciendo blanco en mi persona  en 3800 oportunidades con tomates y huevos podridos, y en alrededor de 1500, con piedras y monedazos”. “Los cracks sin ética deportiva me hicieron víctima de por lo menos veinte agresiones físicas por lo que mi boca desdentada no es más que un clamor de justicia" refiere Ochava con orgullo que las doce piezas dentarias, la totalidad de incisivos y caninos inferiores y superiores que le fueran obsequiadas por Justino antes de morir a comienzo de los ochenta, tendrán un sitial de honor en el "Museo de la Impunidad del Balonpié" que lentamente toma formas en el garaje de su casa. Su retiro se produjo a los sesenta años y si bien Justino adujo que la causa fue  un boicot de las camadas jóvenes de jueces corruptos, en verdad fue por la pérdida de capacidad visual. Se dice que invalidó un gol en contra por posición adelantada, creyendo que era un delantero el defensor que en el intento de jugar con su arquero clavó la pelota en el fondo de la red. Según el profesor Ochava, los restos de de Justino Vargas descansan para siempre en el cementerio de San Vicente. En su tumba no hay flores, en la cabecera se yergue ondulante un banderín. Y hasta el día de hoy, todos los lunes aparecen sobre el rectángulo naranjas reventadas.