Por Omar Hefling
Si, soy Rogelio Roberto Rodriguez Raipani, un delantero si se me permite, que vivió a la
sombra de ese goleador que llamaban el
optimista del gol, Martín Palermo. Optimista del gol!! No tengo nada contra
Martín, un caballero, siempre lo fue, me refiero a los voceros del estigma. Nunca
escuché una idiotez tan grande como esta. Ahí están los profetas de la
autoayuda buscando una frase oportuna en un charco de mierda. Quién le habrá
dicho a estas cotorras que los goles dependen del optimismo. Decir semejante
imbecilidad es afirmar que existen delanteros que no quieren hacer goles, es
como pensar que jugadores que se entrenan toda la vida para hacer goles,
por culpa de un estado de ánimo se empecinan en errarlos. Hasta llegaron a
definirme como un delantero apático. Me llegaron a asociar a la tristeza esta
caterva de cucarachas alimentadas con tinta. Es cierto, a la cancha no entraba
a sonreír ni a caer simpático, imponía o exageraba mis rasgos mapuches para
asustar, si se me permite el término, a los centrales. Hay que tener en cuenta
que en la actualidad los centrales del fútbol argentino ya no surgen de los más
oscuras arrabales, de los suburbios, son niñas rubias que buscan la fama, nada
más que eso. Es verdad que el delantero siente una satisfacción epicúrea con la
concreción, un estado de felicidad físico e intelectual, pero no necesariamente
debe entregarse a una actitud servil de mostrarse como un optimista, no tiene
nada que ver, señor. Que yo sepa los entrenadores no te andan adoctrinando con
manuales de inteligencia emocional. Tal vez molestaban algunos rituales de mi
cultura, mi gesto totémico para convocar
a los pillanes en cada inicio de partido, sospecho que sumía en la ignorancia a
estos mandriles y reaccionaban en consecuencia. Me crucificaron en la cancha de
River cuando festejé un gol ensayando unos pasos de la danza de la puesta de
huevos de los ñandúes y los periodistas salieron a decir que yo me burlaba
haciendo la gallinita. Pero vayamos al
grano, con respecto a lo que usted me preguntaba, cargué sobre mis espaldas con
la mochila del desmerecimiento. Salía a la cancha, no solo pensando en hacer
goles que es al fin por lo que a uno le
pagan, sino también a vencer los murmullos de la tribuna cada vez que la
fortuna no acompañaba mi esfuerzo y destreza. Siempre me quisieron asociar al
nihilismo, el artillero nietzcheano llegaron a decir. El periodismo deportivo
cada vez se parece más a una escuela del daño que a una función pedagógica,
informativa. Yo siempre digo, hay ciertos entrenadores y centenares de
periodistas que le han hecho mucho daño al fútbol argentino. Qué dirán de Messi
estos pelotudos, la Pulga se cansa de hacer goles y siempre con cara de no
importarle nada, de no demostrar ningún entusiasmo por hacer todos los goles
que se le canta las pelotas. Uno de estos periodistas de mala leche, uno de
estos hijos de puta a sueldo me estigmatizó con el apelativo del “pesimista del
gol” y por poco no me caga la carrera. Yo jugué varios partidos en la primera
división del fútbol argentino, también en la B, en la segunda división de
España, en Armenia también, en Costa Rica y siempre hice goles. A cada club
nuevo que llegaba culpa de este hijo de puta tenía que explicar que yo era un
delantero que no -veía mal el hecho de hacer goles-, que era al fin por lo que
los clubes me contrataban.
Es cierto Rodriguez Raipani, que usted no cree en el gol?
Es cierto Rodriguez que a usted no le causa ningún placer
convertir?
Me vi obligado a
exigirme una tolerancia extrema para soportar ciento de preguntas como estas y
más de una vez me contuve por no mandarlos a todos a la reputa madre que los
parió. Las estadísticas me respaldan, en todos lados hice goles, goles de
cabeza, con la izquierda, con la derecha, con el pecho, con las costillas, con
las rodillas y hasta con el culo también hice goles. Yo fui ídolo en casi todos
los clubes que jugué. Pero por culpa de ese hijo de puta siempre me vi obligado
a explicar, a justificar en mi existencia que yo sí quería hacer goles, que yo
había llegado a este mundo con la única misión de meter la pelota en el arco
del equipo contrario. Por eso siempre le digo a los pendejos que recién
empiezan nunca se sinceren ante un periodista, que no se saquen el casette,
aunque sea aburrido, que mientan, que no digan la verdad porque si la dicen
nunca faltará un periodista mal parido que te facture tu honestidad por un
título en cualquier diario o revista de mierda. Es cierto que en todo esto, en
esta sociedad consumista de la belleza no me favoreció mi aspecto, mi rostro
sombrío, la mirada triste, esas cosas. La descendencia capaz, mi segundo
apellido mapuche, mi cara de indio tal vez que da bien para extra en las
películas pero nunca para héroe.