estaba fresco el verano

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viernes, 28 de noviembre de 2008

Cuarenta palabras y ninguna flor

Por Omar Hefling

Las conversaciones y los libros rara vez nos dan ideas precisas. Nos empalagan de incertidumbres y acechan nuestra curiosidad para que no resigne el encanto de vislumbrar nuevos encantos.
En otros tiempos cercanos era muy común leer de sobra y conversar inutilmente solo por el placer lúdico de dejarnos llevar por las palabras. Aunque ahora lo primero ya es extraño y lo segundo ha crecido geométricamente en el uso de la gente, y peor aún en los medios de comunicación pero sólo con el uso de cuarenta palabras.
Y con cuarenta palabras no hay idea que resista un esbozo, ni sentimiento que pueda transmitirse sin más alcance que lo que expresa un perro moviendo la cola, ni comunicación que no contribuya a la confusión general. El uso de sólo cuarenta palabras nos aproxima a la licuadora y nos distancia de la especie.
La radio y la televisión, aunque existan excepciones, son un ejemplo del ejercicio inútil de la conversación donde los a responsables del “mensaje”, una cotorra medianamente adiestrada puede desairarlos en el manejo del lenguaje.
Jorge Luis Borges, un conversador genial sostenía su admiración por los antiguos griegos por haber inventado dos cosas: el diálogo y la duda.
En nuestra sociedad el diálogo significa un monólogo con pausas requeridas a los gritos por el interlocutor y la duda, la jactancia de los intelectuales. A la hora de exponer cualquier tema a discusión, el panorama es desolador en cualquier ámbito. Sucede de igual modo en todos los niveles sociales: ámbitos políticos, parlamentarios, institucionales, universitarios, vecinales, familiares, laborales. En este sentido no podemos cargar gran parte de la responsabilidad a los comunicadores y periodistas, después de todo no provienen de Melmak sino de la sociedad que engendramos.
En todas las controversias que se entablan en los medios de comunicación donde se ventilan las intimidades de las personas y de los personajes sobre temas tales como las desavenencias del amor, la infidelidad, los comportamientos entendidos como opuestos a “nuestra” moral, o definición sobre cada quien comprende por libertad, automáticamente uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra.
Luego, para animar el “debate” se presenta un tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero que los otros dos tampoco entienden. La razón, nunca se escucharon.
Venimos de un período y aún permanecemos, de discurso único donde proponer el disenso constituye no otra cosa que una argucia conspirativa de los enemigos que seguramente se ocultan detrás de intereses opuestos al bien común y de la patria. Aceptar la existencia de nuevos discursos no significa más que comenzar a transitar un camino democrático que para los sectores hegemónicos encarnaría el fin de la impunidad.
Ese discurso único, donde si los medios han jugado un papel preponderante es en el haber borrado del universo del habla cotidiana, no hablemos de debates profundos, toda referencia a la palabra libertad o a su conceptualidad. En todo caso, las más arriesgadas elucubraciones rondan por la remanida definición sobre “que la libertad de uno termina cuando afecta los derechos de los demás” o aquella otra “nos impiden el derecho de ir a trabajar”. Parádojicamente, donde si se habla de libertad es en el campo de la publicidad. Una gaseosa te conduce a la libertad, un yogur también ni hablar de un automóvil. La idea de libertad se circunscribe del comercio y del consumo. Esto en si encierra una paradoja: por factores que nadie ignora, en este país el 60 por ciento de la población es pobre por lo que el acceso a la libertad que nos propone la publicidad nos está impedido. Nos quieren vender un producto para que seamos libres, pero la mayoría por carencias monetarias no tiene otro remedio que alimentar el deseo. En las disputas sobre la libertad, uno tiene el pensamiento de la potencia de imaginar, otro el de la potencia de querer y, el tercero el deseo de ejecutar; corren los tres, cada uno dentro de un círculo, y no se encuentran nunca. Todos creemos tener la substancia del concepto, de la substancia estamos tan lejos como lo estamos de la muralla china.
El abuso de las palabras sin conocimiento de sus sentidos y significados nos alejan de la libertad.
La mala interpretación de las palabras genera equivocaciones.
Por ej, se detiene un viajero ante un torrente, según una leyenda, y pregunta a un labriego que ve de lejos, frente a él, por dónde está el vado: “Id hacia la derecha”, contesta el campesino. El viajero toma la derecha y se ahoga. El campesino va corriendo hacia él y le grita: “No os dije que avanzarais hacia vuestra mano derecha, sino hacia la mía”.
El mundo está lleno de equivocaciones como éstas.
Frases metafóricas tomadas en un sentido propio, han decidido muchas veces la opinión de muchas naciones. Conocida es la metáfora de Isaías:
“Cómo caíste del cielo, estrella brillante que apareces al rayar la mañana!”
Supusieron que en esa imagen aludían al diablo, y como la palabra hebrea que corresponde a la estrella de Venus se tradujo en latín por la palabra Lucifer, desde entonces se ha llamado siempre Lucifer al diablo.
En estos tiempos el abuso de las palabras se resuelve por el opuesto del significado. No existe ya la posibilidad de las equivocaciones a través de las metáforas, existe solo la equivocación de la obviedad por abuso de la estupidez.


Riesgo país en Córdoba



El riesgo país fue inventado por la banca Morgan, entidad que lleva el nombre del pirata más famoso de la historia, para atemorizar y apretar a los países pobres con la complicidad de los economistas locales. En Córdoba, sin embargo, el riesgo país se entiende de otro manera según pude escuchar:
- A mi no me asusta el riesgo país- me dijo el morocho con cara de hambre y corte de pelo a la cubana, remera con la cara impresa de Jean Carlos.
- No se vos macho, pero yo vivo en riesgo desde que me acuerdo, yo debo tener el riesgo país en la cara porque la cana cuando me ve o me meten en cana o me cagan a palo- reflexionó el cuartetero.