estaba fresco el verano

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sábado, 6 de diciembre de 2008

La paradoja de los comediantes

Obra del artista cordobés Pedro Pont Verges
Que en Córdoba todo se estanca o empeora es una verdad no una sospecha. A propósito de los reclamos que son públicos a la falta de políticas culturales en la ciudad, rescato una nota que escribió Jorge Villegas en abril de 2003 para Informe Córdoba en ese momento virtual. Era la época de Germán Kammerath, pero advertiremos que las cosas no han cambiado demasiado. Villegas narra una anécdota que nos hace sospechar que parece que la cultura sirve para algo.


Por Jorge Villegas

Mientras la ciudad exporta artistas al primer mundo, mientras los motores de la creación rugen haciéndose sentir a la distancia, los espectadores se cuentan con dos cifras. La ciudad tiene en una mano, una legión febril de artistas notables y en la otra una deuda para reconciliar el arte local con un sinnúmero de personas que carecen de acceso a la misma.

Cuando la directora de una humilde escuela de barrio Vicor decidió organizar a fines de noviembre del pasado año, un certamen para elegir el mejor compañero, no imaginó que ese niño iba a dar una lección a todos aquellos que oyeran con otros ojos la noticia. Ella, la directora, había hablado previamente con Carlos “la Mona” Jimenez, porque entendió que era absolutamente imposible que el futuro dueño del premio ( el premio consistía en conocer al artista favorito) iba a mencionar tras la elección, un nombre ignoto, desconocido, lejano.
¿Quién es tu artista favorito?, le preguntaron.
¿ Quién querrías que entre por esa puerta y te salude?
( Tras la puerta obviamente estaba Jimenez)
Pero el niño dijo: Pedro Pont Vergés. Quiero conocer a Pedro Pont vergés.
El niño, que había visitado por iniciativa de algunas maestras el Cabildo Municipal, había obtenido como presente una postal de Córdoba con una pintura del maestro cordobés. Y fue mirar esa pintura en la postal, lo que movió en ese niño, también cordobés, un mundo interior de colores, formas y fantasías desplegadas, abriéndole verdaderamente otro mundo.
Tras el escozor ( Jimenez tuvo que irse a la casa y los noticieros perderse la nota) el niño conoció a Pont Vergés, y...el futuro lo dirá la vida misma.

¿Cómo leer este accidente cultural de otra forma? Sin duda el hecho de que sea noticia la elección de Pedro Pont Vergés como artista favorito de un niño de barrio Vicor cuyo acceso a la cultura había sido nulo, habla a las claras de la necesidad de los niños más humildes de acceder a un mundo interior que se les veda día a día. No hay comida. Entonces, pensar que haya crayones, títeres, libros parece una utopía. Y pensar la responsabilidad de nuestra Municipalidad en ello ( la Provincia también la tiene) es absoluta.
En los planes culturales (cuando los hay) los marginales siempre vuelven a quedar marginados. A excepción de los mega eventos donde un artista consagrado nacionalmente se presenta con entrada libre en un predio gigantesco y que todos los canales cubrirán en directo. Este hecho suele llevarse el 50 por ciento del presupuesto. Aporta a políticos mediocres, a espectadores irreflexos, una noche de aplausos, pero priva a la comunidad del desarrollo silencioso, de un plan cultural necesario para muchos que esperan un libro que no va a llegar aunque ya se haya anunciado la realización de la próxima feria del libro.

Hace diez años asistí en la ciudad de Río de Janeiro a un fenómeno cultural curioso y movilizador. Allí donde se hacían los “arrastraoes” (arrastrones), forma delictiva que permitía que verdaderas hordas saqueadoras se llevaran de la playa bolsos, relojes, toallas y niños. Iba a ver yo lo que los artistas brasileros instalados en favelas mostraban como la alternativa a un arrastrón. Ahora, muchos que hubieran participado en el mencionado hecho delictivo bajaban al caer la tarde de Ipanema a mostrar, batucada mediante, un circo moderno, con pirámides humanas que llamaban a la admiración. Historias y leyendas de la ciudad, eran contadas con música en vivo por niños menores a quince años, dando muestra de un arte, una pasión que otorgaba a esas “crianzas”, a esos “rapaizes”, una carta de ciudadanía absoluta. Esa playa era ahora el centro del mundo.
Pero no nos vayamos tan lejos.
En Buenos Aires, la entidad “Crear Vale la Pena” desarrolla en plena villa “La cava” un centro cultural comunitario, ahora, a cinco años de su creación manejado por gente del lugar. Pero Córdoba, otrora vanguardista, actualmente somnolienta, aún tiene una enorme deuda con quienes, la mayoría en situación de pobreza, carecen del acceso, de las oportunidades que para vivir aporta el arte mismo.
Es cierto que tenemos la manzana jesuítica. Pero oir al sub secretario de Cultura, Orestes Lucero hablar con orgullo de que en el Cabildo hay pintura y teatro, da náusea. O no sabe nada del tema ( es lo más probable) o le está hablando a los desinteresados que creen que este buen hombre lleva adelante un plan cultural en la ciudad. Con centros culturales desbastados, los artistas se mueven ágilmente entorno a sus propios circuitos, mientras unos cuántos miles de espectadores y de incipientes artistas esperan, quizá, sin saberlo, que alguien desarrolle un plan cultural genuino, basado en el pleno conocimiento de las necesidades culturales de la ciudad y que en definitiva nos reconcilie a todos.