estaba fresco el verano

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miércoles, 19 de octubre de 2016

PEPEU (Textos sobre fútbol)

 por Omar Hefling

Ahí supe Negro, lo que es el peso de la camiseta. No me lo voy a olvidar en la reputísima vida. Hace dos años ya y a ese negro remalparido de Pepeu no me lo puedo sacar de la cabeza. Con decirte que más de una vez he vuelto a soñar esa jugada. Fijate como opera el inconsciente en un crack, puede llegar a destruirte si no tenés resto anímico. Ese campeonato fue una gesta heroica del futbol rioplatense que pasó inadvertida para la prensa. En el verano hasta la prensa deportiva anda detrás del chisme barato, detrás de las putitas de la televisión, dejame de joder. En principio nosotros nos anotamos en ese campeonato que organizaban ahí por boludear, digamos. Fue así Negro, te lo juro, después fuimos tomando conciencia. Por esa impronta que tenemos los argentinos de agarrar todo para la cagada. Se jugaba en cancha chica, chica pero no tan chica, para siete jugadores. Yo no estaba como ahora, hecho un chochán, estaba en mi peso ideal y vos bien sabés lo que yo rindo en esas condiciones. Éramos cuatro argentinos y tres uruguayos éramos. Tres cordobeses, el Turco el sorete ese amigo tuyo que vende merca en el kiosco a la vuelta de la cancha de Belgrano, un pibe de Iponá que conocimos allá que vendía aritos y otras pelotudeces, y yo, y el otro era un porteño. Un guaso que la gastaba en todo sentido, humana y futbolísticamente hablando. Creer o reventar, hay que admitir que existen porteños pulentas. Los uruguayos unos señoritos, unos edecanes de la camaradería de la vida y del deporte. Éramos un equipo equilibrado, sólido, compacto en todas las líneas, sin muchos lujos y eso sí, metíamos que daba miedo. Uno de los yoruguas, el más pendejo, atajaba, Whashinton me acuerdo que se llamaba, un arquerazo, una muralla la basura. Otro de los uruguayos, un morochón grandote jugaba en la defensa con el Turco. De la manera que se complementaban, cruces, relevos y todos los chiches, parecía que los hijos de puta habían jugado toda la vida juntos. Esa química que por ahí se da en el futbol. En el medio yo en mi puesto, como un cinco bien clásico digamos, nada que ver con ese maricón de Redondo, por favor Negro, no me comparés, y un poco más adelantado, de enganche el uruguayo, un petiso tipo la rana Valencia pero más morrudo que la movía bastante bastante bien, con decirte que hasta algunos lujos se permitía. Adelante, el pibe de Iponá, el Twingo como le puso el Turco porque es fiero desde la nariz hasta el culo; un punta con mucha dinámica, muy veloz la basura esa junto al porteño, un gringo lomudo tipo Morete para darte una idea. Buen cabeceador, oportuno, con olfato, siempre ahí, pum y a cobrar. Como te decía Negro, una formación humilde, batalladora que se ensambló de puro ocote porque vos viste en la circunstancia que se dio todo, no había para elegir. Ahí el técnico se tiene que conformar con lo que tiene. Yo cumplía las dos funciones, técnico y capitán, simultáneamente, imaginate la responsabilidad. El torneo era por eliminación directa, perdías y a la concha de la lora. Ganamos cinco partidos y nos metimos en la final. Nosotros que éramos el único equipo extranjero, un golpe duro para los brasucas. Imaginate no era una cosa que a ellos les había caído muy bien pero en honor a la verdad los cosos se la bancaron como duques, hasta los referí, mirá lo que te digo. El primer partido lo jugamos con un combinado que se llamaba “Tren Caiphira”. Sinceramente no me preguntés que mierda quiere decir eso. Los negros esos creo que eran todos músicos y estaban de la nuca. Meta casasha, tenían un pedo mortal, tenían. Seis a cero los empernamos. Con decirte que hasta yo hice dos goles, siendo que jugaba en la posición que jugaba, más retrasado, más volante tapón. El primero que hice fue una pepa espectacular, una de esas palomitas que te salen una sola vez en la vida. Al otro gol lo convierto cuando me proyecto por la derecha, el Twingo me ve y me habilita, ante mí tenía un defensor y el arquero nada más porque había sido un contragolpe mortífero; le amago hacia la izquierda y el defensa, el bostero ese pasa de largo sin saludarme y ahí nomás me sale el arquero a los saltos y a los gritos “Iemaniá...iemaniá”, imaginate Negro cual era el estado del guarda meta, y ¿ qué hago yo?, sombrerito papá, sombrerito suave con el empeine y a posteriori salgo corriendo hacia el banderín del corner y festejo a lo Batistuta. Te garantizo que en el silencio que se hizo se podía escuchar hasta el pedo de una mosca. Ponele la firma que si por una de esas casualidades andaba por ahí un caza talentos del Sao Paulo, hoy yo no estoy acá hablando pelotudeces con vos, ponele la firma Negro. En ese partido fui la figura de la cancha y por eso me hice merecedor a un coco. Ese era el trofeo que la daban a la figura y no es para que te cagués de risa. Date una idea, era un trofeo simbólico, un producto genuino de ellos. Esa es la diferencia entre ellos y nosotros, ellos son defensores de lo de ellos, mi viejo, no como nosotros que en un caso símil somos capaces de regalarles una muñeca Barbie. Así somos de boludos, a mí con ese gesto me dieron una verdadera lección y no me avergüenza reconocerlo.
Los otros días recibo una carta del uruguayo que jugaba en el medio conmigo, ¿te acordás de Pepeu? me dice, todavía se me caga de risa el culiado ése. ¡Cómo la mueven los brasucas, Negro! Todos, pero todos la hacen bosta. Nacen con esa virtud esos negros de mierda. Es ancestral, innato digamos, a ellos la pelota se les encariña, pareciera que la manejan con la mente como maneja las cosas el gordo puto ese de Lotito.

Al segundo partido lo ganamos tranqui. Dos a cero. La verdad, tuvimos bastante culo. Ese día nos salvó Morete, se llevó por delante dos veces a la pelota y en sendas ocasiones la mandó adentro. ¡Cómo se siente el peso de la camiseta cuando estás jugando en el exterior! No es moco e´ pavo, Negro. Estás representando al país, sos un embajador sin fueros, digamos. Yo les decía a los guasos en la charla técnica, no se manden ninguna cagada, seamos conscientes por el amor de dios, no quiero ningún escándalo. Nada de cagarse a trompadas, por favor muchachos, Artigas, Belgrano y todos nuestros próceres nos están mirando desde el cielo. Te digo que si antes de algún partido nos llegaban a poner el himno, hubiera hecho un papelón dalo por hecho que entraba a moquear. Sentís que en tus botines se juega la patria. Sentís que la camiseta te pesa más que el bronce de todas las estatuas de nuestros próceres juntas. La pelota te quema en los pies. Sentís que a cada jugada vas con el país sobre tus espaldas. Sentís la angustia del hincha, la voz del hincha que te grita ¡hijos de puta pierdan con cualquiera pero nunca con los brasucas porque si no les rompemos el orto! Negro, estás encarnando el mandato bíblico del hincha argentino. Hay que estar ahí, hay que estar ahí, no es joda, no cualquiera se banca eso. Para que tengas una somera idea, cuando ganamos el tercer partido, que lo ganamos de pedo de recontrapedo, las autoridades del evento nos ponen un tango de Gardel por los altoparlantes, ¡para qué!, ahí nos quebramos todos. Llorábamos como criaturas, con ese llanto entrecortado que te sale del corazón, del alma, de las tripas y siendo que a mí el tango no me va ni me viene. Vos bien sabés que a mí del cuarteto nadie me saca. Imaginate cómo estaba el porteño, parecía Andrea del Boca el mariconazo. Nosotros además no teníamos hinchada, estábamos solos, solos como perros. Ellos en cambio estaban con todo el aparato, bombos, banderas, batucadas, todo. ¡Cómo nos puteaban! Te juro que nunca me putearon tanto en una cancha. Los brasucas no nos quieren Negro, no nos quieren, esa es la verdad de la milanesa. Para ellos nosotros somos unos recontraremilparidos. Antes que a nosotros prefieren a los bolitas, a los nicaragüenses, los nigerianos, cualquiera. Por eso dudo que el Mercosur tenga futuro, acordate de lo que te dice un pelotudo. En el cuarto partido nos salieron todas. Cuatro a dos. Fhilos de Pelé se llamaba el equipo, ¡ má que Fhilos de Pelé ni la recalcada concha de la lora! Le metimos un cagadón que ni te cuento. Para mí ese partido era muy especial, era como empernarlos diciéndoles, ¡qué Pelé ni la reputísima madre que los parió, el Diego es el más grande!, entendés Negro por dónde venía la cosa. Mirá como habré estado de motivado que hasta un par de caños me tiré, pero esos caños caños y esto no es todo, hasta te digo que en una jugada me amontoné a tres. Parecíamos la Argentina del 86 y no estoy exagerando. Un relojito. Sinceramente yo tuve mucho que ver por el planteo que hice. Lo hice bajar un poco al pibe de Iponá, al Twingo, a volantear digamos y en la defensa jugamos con stoper, fue una audacia de mi parte, lo reconozco. Cuando íbamos tres a dos le digo a Morete, si hacés otro gol gritáselo como el Diego a la cámara como en el mundial del 90 para que se recaguen de odio. A los cinco minutos el porteño la empupa y sale corriendo para cumplir el mandato, pero ahí imaginate, no sólo no había una cámara de televisión, no había ni una Kodak fiesta no había, entonces qué hace Morete, se lo grita al megáfono del comisario deportivo. ¡Sabés Negro cómo se pusieron! Hasta ese entonces al equipo de Pepeu no lo habíamos visto jugar. Todo el mundo hablaba de ese negro reputo. Era la sensación del torneo. No te puedo mentir, esa era la verdad verdadera. El partido previo a la final fue infartante. Ganamos a puro güevo, tremendo brader. A los tres minutos ya perdíamos uno a cero. Se nos venía la noche, entonces, ¿qué hago yo?, apelo al factor sicológico. Los junto a todos y les grito: ¡Vamos manga de culiados, le rompamos el culo qué mierda! ¡Para qué! Nos transformamos, éramos una máquina, éramos. Terminamos el primer tiempo ganando tres a dos. Ni bien comienza el tiempo complementario nos empatan con un penal dudoso. Ahí nomás nos clavan el cuarto de tiro libre. ¡Cómo patean estos mal paridos, Negro! Faltando diez minutos íbamos perdiendo y entonces le grito, apelo al más habilidoso de los nuestros, al uruguayo...¡ Uruguayo travesti, poné güevo la puta que te remilparió! Si yo tengo una virtud dentro de la cancha, Negro, es esa, el impacto sicológico en el momento justo. En tres minutos, el yorugua, en dos jugadas se gambeteó hasta los cocodrilos del Amazonas. Primero hizo un golazo y luego se la sirvió al Twingo para que la empujara. ¡ No sabés cómo festejamos con los charrúas!  Aaargentii...Uuuruguaa...Les rompimos el orto, le rompimos. Nadie daba dos mangos por nosotros, pero ahí estábamos con la tradicional picardía criolla y la garra charrúa. El candombe, el tango y el cuarteto al unísono, como un solo sentimiento. ¡ Mamita querida te la debo estar ahí! Pero claro, la prensa argentina brilló por su ausencia cuando nosotros estábamos protagonizando una patriada grossa, imaginate la gloria del futbol nuestro estaba en juego, ponete a pensar la dimensión del asunto. No es joda brader, cuando vos jugás en el exterior estás defendiendo la gloria de todos nuestros ídolos. Antes de la final, en el precalentamiento los negros estaban nerviosos porque Pepeu no llegaba. Al fin llegó el repodrido ése. Atendé lo que te voy a decir, cuando lo ví haciendo jueguitos con la pelota, se me arrugó el ojete.¡ Qué habilidá...por Dios! Yo como un pelotudo me quedé mirándolo, con la boca abierta. Todas las hacía, todas, todas las hacía Negro. Era un negro con trencitas parecía el Bob Marley parecía, flaco el hijo de puta, ruina, una hilacha. Sabiendo que los brasucas son esencialmente cagones me dije a este lo cruzo fuerte un par de veces y chau Pepeu. Dicho y hecho. Lo levanté para la mierda en sendas ocasiones, tarjeta mediante y desapareció del partido. Viste que en esos encuentros de canchas chicas siempre hay muchos goles, faltando tres minutos íbamos cero a cero. Imaginate la paridad. En ese momento, justo en ese recontrareputo momento, de contragolpe se la dan a Pepeu. Quedábamos el arquero y yo, como último hombre. Le salgo, me encara, me hace un amague, instintivamente abro las piernas, me hace un caño el recontraculiado, luego lo enfrenta al arquero y lo desparrama. Yo que ya me había recuperado le salgo otra vez y sabés lo que me hace el mal parido, ¡ me tira otro caño!, me tira otro caño y no solo eso, me vuelve a esperar, amaga para acá amaga para allá y me deja culo al norte en el suelo, no conforme con eso el roñoso ése me espera otra vez casi al borde de la línea de gol y ahí, imaginate Negro, me sale todo el odio del mundo y me le tiro para descuartizarlo y el recontraremilputo sabés que hace, Negro, ¡ salta, salta como una putita! y mientras yo me reventaba contra el poste lo veo a Pepeu que la pisa del otro lado de la línea, acto seguido se da vuelta y podés creer ni siquiera grita el gol y lo peor de todo, lo que más me dolió fue que el mal nacido no le dio importancia a su conquista ni a la victoria ni a la gloria y se viene a socorrerme y me limpia con su camiseta la sangre que desde la frente me caía sobre el rostro.

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