estaba fresco el verano

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lunes, 22 de diciembre de 2008

Crónica de una ciudad sin rumbo (03) (rescate)

En 2007 la peatonal fue intervenida por una idea "Chanchos y margaritas". Algunos de los creadores que participaron fueron Remo Bianchedi, Lucas Di Pascuale, Hernán Dompé, Rubén Menas, Mario Grinberg, Belén Dezzi, Eduardo «Boyo» Quintana, Gustavo Piñero, Juan Longhini, Luis Wells, Claudia Perrota, Lucía Arias, Babini, Pablo Scheibengraf, Silvia Botaro, Jorge Ferral, Gerardo Repetto, Leonardo Herrera, Luciana Berttoloni, Dalmacio Rojas, Eduardo Médice, Hugo Bastos, Soledad Sánchez, Fabbio Di Camozzi, María Finochietti, Miguel Sahade, Dante Montich y Eugenia Puccio, entre otros.

Esta crónica fue escrita durante la intendencia de Germán Kammerath, luego que Orestes Lucero, el funcionario de cultura de ese momento creara como icono de la cultura cordobesa, una banana.
(2003) Córdoba capital. Desde el mundo virtual, los fantasmas del patrimonio cultural de Córdoba reaccionan contra el icono de la banana y se autoproclaman autores del escrache a la Casona Municipal.

El mail decía lo siguiente “Los esperamos a la media noche debajo del Puente Centenario, nosotros fuimos los autores del escrache banana al Sub Secretario de Cultura de la Municipalidad- Comando De los Barones Imprudentes”. La noche calma, sin viento y la luna escondida detrás de las nubes y la oscuridad comiéndose al puente. Al rededor del fuego varios hombres discutían animadamente. Ante la presencia del cronista, uno se adelantó para presentarse: “Soy Romilio Rivero, mucho gusto”. Este cronista amenazó con huir a la carrera, pero no tuvo tiempo.
“No se asuste, somos fantasmas. Fantasmas, nada más que fantasmas, no le hacemos daño a nadie, somos muchos más de los que estamos hoy aquí, fantasmas vivos de la cultura de Córdoba porque nuestras obras han resistido al tiempo, al menos hasta ahora que se inaugura la era de la banana, hemos decidido actuar porque esto nos ha humillado y si hay algo que un fantasma no tolera es la humillación”.
“Más grave que la humillación no es la indiferencia”, preguntó el cronista.
“De ningún modo, cuando las obras de los artistas perduran, ya no es posible la indiferencia”. Uno a uno se fueron presentando, Arturo Capdevilla, Leopoldo Lugones, el Cabeza Colorada, el Loco Bonino, Juan Filloy, Carlitos Pla, el Colorado Roca, Azor Grimaut, Ciriaquito Ortiz, Agustín Tosco, Horacio Alvarez, el Chango Rodriguez, Carlos Giraudo.
El poeta Romilio Rivero parecía ser el vocero del comando. Una figura humana recortada en un cartón tenía como rostro una fotocopia de una foto de un diario de Orestes Lucero. Contra él arremetía con una espada Leopoldo Lugones. El espadachín enfurecido recitaba un poema mientras atacaba la figura.
-“Es el de La Hora de la Espada?”
-“No es el Lugones de la primera hora, el anarquista, el mismo que atacaba a naranjazos la puerta de la Iglesia Catedral, porque no se si usted sabrá que cada fantasma elige el fantasma que quiere ser y a Lugones se le ocurrió eternizarse como anarquista” aclaró Juan Filloy, uno de los más jóvenes de la cofradía.
“Queríamos darles a ustedes la primicia sobre la autoría del escrache, porque ustedes como nosotros pertenecemos de algún modo, al mismo mundo, al virtual. Así como ustedes escriben nosotros podemos actuar y eso es lo que hicimos. Arrojamos las bananas donde se refugia un hombre sin ideas que ha humillado a la cultura de Córdoba con la intención de provocar una reacción de nuestros artistas, para que ellos arrojen bananas podridas cada vez que este hombre presida un acto de nuestra cultura”
De pronto Rivero dejó de hablar, se miró las ojotas como si estuviera pisando un poema, cuando levantó la mirada se topó con el Cabeza Colorada, el mismo que Carlos Gardel iba a escuchar cantar en los boliches.
“Ese Lucero cuando se ilumina más que un lucero parece un candil” sentenció. Ciriaquito Ortiz con la pierna izquierda apoyada sobre una piedra acariciaba el bandoneón. La melodía triste caló hasta los huesos de los fantasmas, y ya se sabe tanto como la luz o una brisa, el sentimiento conspira contra el peso específico de estos seres, contra la levedad de los fantasmas.
Antes de esfumarse en la oscuridad, Rivero solo atinó a decir: “Volveremos”.

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